31 mayo 2006

El baño del Moyote.

El día que El Moyote me pretendió cobrar diez pesos por entrar al baño de su casa, mis peores sospechas se confirmaron.

Hugo Delgado, mejor conocido en ese pequeño pueblo como El Moyote, era un humilde agricultor, su pobreza radicaba más que nada (a decir de las lenguas viperinas) a su afición a las bebidas alcohólicas y a su escasa o nula disponibilidad para trabajar.

No, nadie quería entrar al baño de esa casa para realizar sus necesidades fisiológicas, era algo bien distinto a lo que uno se aventuraba al adentrarse en ese pequeño espacio.

Cuenta Doña Lourdes que la noche anterior El Moyote llegó bien servido a su casa, se introdujo a tropiezos al baño mientras le gritaba amenazante a su esposa que le sirviera un caldo caliente para la cena, tan ebrio se encontraba el hombre sobre la taza del baño que ensayando una pose de agresividad frente al vidrio que se ocultaba en la parte interior de la puerta se fue de frente y lo golpeó con sonoro puñetazo.

El Moyote observó su mano salpicada de gotas de sangre, e inmediatamente pensó en la revancha, iba a golpear nuevamente el cristal cuando una imposible visión lo detuvo.

Ahí entre las partes del vidrio estrellado una figura multicolor se adivinaba.

El Moyote quedó en éxtasis, se arrodilló de inmediato y comenzó a gritar:

- ¡Milagro!, ¡¡Milagro!!, ¡¡¡Milagro!!!

Tal era el escándalo que el hombre armó, que su vecino Don Chon, decidió entrar a la casa del Moyote, éste a empujones lo condujo hasta el sanitario y ahí: ¡Oh prodigio de prodigios!, Don Chon, un hombre medio ateo comenzó a santiguarse.

La noticia corrió en todo el pueblo como reguero de pólvora.

A las ocho de la mañana del día siguiente, los vecinos hacían fila para entrar a esa bendita casa.

Para las diez de la mañana El Moyote comenzó a cobrar un peso a quien deseara observar la divina aparición.

A las doce del mediodía, comenzaron a llegar personas de pueblos vecinos, quienes ciegos de fervor religioso traían consigo veladoras y flores para adornar el recinto.

Cuando salí de la escuela primaria a las dos de la tarde el alboroto general provocó mi curiosidad, a esa hora El Moyote cobraba ya cinco pesos por la entrada, y comenzaron a rumorar que asociado con Don Casimiro (el hombre más rico del pueblo), obligaba a su esposa a vender veladoras a la entrada de la casa no permitiendo además el acceso de ningún individuo que pretendiera introducir un cirio no vendido por ella.

A las cuatro de la tarde el lugar era un hervidero de gente, las veladoras encendidas tapizaban la entrada y el piso de la casa entera.

Fue a las seis de la tarde cuando el cura del pueblo alarmado se encaminó a la casa del Moyote, éste, ebrio ya de codicia le exigió al párroco el pago de diez pesos ante la desaprobación general de la multitud, justo al momento de negarse a pagar el sacerdote la infame cuota, un grito desgarrador alteró la serena tarde, la gente enloquecida salía en estampida de ahí.

Para las ocho de la noche la casa del Moyote se encontraba envuelta totalmente en llamas.

Cuenta Doña Lourdes que la sagrada imagen al escuchar el maltrato de que era objeto un siervo suyo y no soportando ya más la desmedida codicia de la que el Moyote comenzaba a presumir, realizó el milagro de quemar las cortinas del baño provocando un incendio de proporciones mayúsculas logrando reducir a cenizas aquel católico hogar.

Nadie movió un dedo por salvar la casa del Moyote.

Esa tarde a las cinco con cuarenta minutos, cuando El Moyote pretendió cobrarme diez pesos por entrar al baño de su casa, supe con certeza que ese ser era el Diablo, aunque sólo tres horas después constaté con mis ojos que en realidad se trataba de un pobre diablo.


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Remo.

29 mayo 2006

Ren-evocaciones.

Tengo una memoria privilegiada para ciertas cosas, desde siempre me he dado cuenta de ello.

Algunos de mis amigos difícilmente recuerdan cosas que vivimos juntos hace semanas o meses, y no es hasta que empiezo a describirles paso a paso lo ocurrido que empiezan a rememorar y a darme la razón.

De algunas escenas de mi vida puedo evocar diálogos exactos, situaciones, colores, aromas, sabores y hasta texturas.

Lamentablemente mi cerebro funciona en dos sentidos, a la par que recuerdo cosas gratas, también lo hago con las cosas que no lo son, ojalá y pudiera crear un mecanismo de defensa o de evasión para no acordarme de las malas experiencias.

Primera evocación:

La primera memoria que tengo es de cuando aún era un bebé y ni siquiera sabía hablar, tengo esa escena grabada como si hubiera ocurrido ayer.

En esa ocasión me encontraba sentado en el borde de una ventana y el sol de la tarde iluminaba la pared de mi casa, la cual estaba pintada de color amarillo, a juzgar por la posición del sol, hoy considero que serían las cinco de la tarde.

Mi madre jugaba conmigo, y detrás de ella se encontraba mi abuela materna, cuchicheándole algo al oído.

Claramente recuerdo estas palabras que mi madre le dirigió a mi padre:

- Viejo rabo verde, que se vaya y no vuelva o le echamos agua caliente en la cola.

No alcanzo a visualizar la cara de mi papá, sólo recuerdo la puerta que se cerraba violentamente detrás de sí.

Segunda evocación:

De la primera memoria, mi mente salta abruptamente a una edad en la que contaba aproximadamente con tres años de edad, ya sabía hablar y caminar, era invierno y hacía frío, recuerdo que traía un gorro tejido de color azul y mi madre me llevaba de la mano por la calle, ella usaba un abrigo de color negro.

Cuando pasamos por la casa de mi amigo Erick, él se encontraba jugando a los carritos con su hermano Jorge en el porche de su casa, ambos eran hijos de un maestro de la escuela primaria yo ya los conocía, por cierto Erick usaba una camisa a cuadros blancos y azules; al pasar me detuve a verlos, interiormente me preguntaba ¿Porqué no me invitan a jugar?, yo realmente quería jugar con ellos pero no me convidaron y me quedé calladito viéndolos, eso fue tan sólo un breve instante, porque mi madre me dijo:

- ¿Quieres quedarte a jugar con ellos?, ahorita regreso por ti.

Yo no dije nada, tomé la mano de mi madre y nos fuimos de ahí a comprar algunas cosas a la tienda que quedaba a una cuadra de distancia.

Algunas personas a quienes les cuento este tipo de situaciones, consideran que lo hago sólo por no tener de que hablar o que me estoy inventando cosas, (Ya saben ustedes que en ocasiones se me da eso de escribir cuentos inverosímiles) sin embargo, hay alguien a quien no puedo engañar ni hacer tonto y es a mi propia persona, todo eso lo he vivido, lo he contado, y hoy lo he escrito.

Hasta hace cinco años me atreví a comentarle a mi madre el suceso de mi primera memoria, por supuesto que ella no recordaba nada pero sí me aseguró que en esa época mi padre no vivía con nosotros porque ellos no estaban aún casados, y aunque él acudía con frecuencia a visitarnos mi abuela materna siempre le hacía mala cara y le decía cosas no agradables.

Para finalizar este par de evocaciones, diré que el tiempo transcurrido entre la primera y la segunda memoria, fue para mí algo muy rápido, aún recuerdo la angustia interior que sentía al sucederse una serie de eventos con una velocidad asombrosa y me hacían preguntarme a mí mismo ¿Mí mismo, será esto normal?, ¿Le ocurrirá a todo el mundo lo mismo que a mi persona?

Me parecía que la vida transcurría demasiado acelerada, era como un constante abrir y cerrar de ojos, algunas cosas se fijaban en mi mente con anclas, justo como las que describí anteriormente, mientras que otras simplemente desaparecían en segundos difuminadas en una especie de pantalla negra.

P.D. Memorias desempolvadas y desenmarañadas de mi cerebro al leer e interpretar exactamente a la inversa el texto de Klept0 que ella tituló “Memoria de pez”.


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Remo.

23 mayo 2006

El perdón.

¿De verdad cuándo pronunciamos esta palabra, lo hacemos sinceramente?, es difícil saberlo, sólo quien la dice lo puede afirmar o negar.

Cuando pides perdón: ¿De verdad crees merecerlo?

Una vez me tocó escuchar lo siguiente en plena Plaza de Armas:

- ¡Perdóname, tú eres muy buena! –le rogaba el tipo.

- ¡Lo que hiciste no tiene nombre!, ¡No te puedo perdonar! –decía la chica entre sollozos.

- ¡Ándale, perdóname!, ¡Tu eres muy buena y sé que me perdonarás! –insistía el fulano.

El muchacho siguió con su cantaleta, buscaba de cualquier forma que la chica lo perdonara, no porque quisiera seguir teniendo una relación afectiva con ella, de hecho eso ya se daba por descontado, más bien lo que él quería era alejarse de ahí con la frente en alto.

¡Qué forma de chantajear!

El buscar que a uno lo perdonen a la fuerza, a sabiendas de que hizo mal y que no lo merece, ¿Te hace sentir mejor en realidad?, ¿Crees que con eso ya le evitaste a tu alma encaminarse al lado obscuro?

Me levanté de la banca y me alejé de ahí, diciéndole mentalmente al chavo:

¡Recuerda!: El infierno y el paraíso están en nuestro cerebro y en nuestro corazón, y no es en otra vida sino en esta, donde a diario eliges donde prefieres estar.

Ignoro si al final de cuentas la muchacha lo perdonó, o si sólo le dijo que lo perdonaba para que se fuera de ahí y dejara de molestarla.

¿Y si tú fueras quien tiene que perdonar?

¿Lo harías de buena gana, o sólo por compromiso?

Una cosa es que sin querer alguien le dé un pequeño empujón a uno cuando camina por la calle, y que la persona se detenga y diga:

- Disculpe.

- No hay problema –contesta uno en la mayoría de las veces sin ánimo de guardar rencor, ni violentarse por lo que se considera una nadería; y otra muy diferente lo que le pasó a un amigo mío en plena calle Libertad:

Iba Héctor con una montaña de papeles esquivando a los transeúntes, cuando otro hombre casi a propósito lo vio venir, extendió las manos y lo chocó.

- ¡Perdón! –dijo el anónimo paseante.

A pesar de que Héctor comenzó a sangrar por la nariz, le contestó:

- No hay cuidado.

- ¡Perdóname!, ¡De verdad, que no te vi! –insistió el peatón, pues al ver la sangre que salía de la nariz de mi amigo y que apuradamente recogía los papeles de la calle, ya sentía que le mordía una pierna el perro de la conciencia.

- ¡No hay problema! –contestó Héctor en un tono más alto.

- En serio, en buena onda, lo siento –continúo de aferrado el caminante sin hacer nada, y sólo observando como Héctor acomodaba nuevamente los legajos.

- ¡De acuerdo!, ¡¡Estoy bien, puedes irte!! – Dijo Héctor casi gritando.

En realidad lo que mi amigo quería era que el otro tipo se alejara porque el coraje lo estaba invadiendo.

- ¡No sé que decirte!, ¡Discúlpame de veras! –insistió el chavalo sin moverse un ápice y permaneciendo de pie sólo contemplando la escena.

- ¡¡Mira hijo de puta!!, ¡¡¡Lárgate a la verga de aquí o te agarro a chingadazos!!!, ¿¿¿¿Qué no entiendes que ya te perdoné???? –fue la furiosa reacción de Héctor que se incorporó de un salto dispuesto a soltar el primer guamazo.

Ah, pero ahí no es donde termina la cosa, también hay quienes dicen:

- ¡Perdón!

- No te perdono.

- ¡Ah, bueno!, pues allá tú, que conste que yo te pedí perdón de buena gana.

¿Qué diablos es eso?

¿Crees que mereces el perdón automáticamente por el sólo hecho de pedirlo?

¿Se puede vivir tan campantemente aún si no te otorgan el perdón?

¿Quién es el agraviado o el agresor aquí, el que pide el perdón o el que lo niega?

Así está de insólito este mundo.

Sólo me resta decirles a todos aquellos que leyeron esto que si no les gustó o lo consideran una pérdida de tiempo:

¡Perdón!


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Remo.

19 mayo 2006

El Coruco.

Era El Coruco un chavalito desnutrido que un buen día llegó a la casa de mi tío Pancho pidiéndole posada.

Para hacer gala de su honor cristiano, mis familiares de inmediato lo adoptaron como propio, no hubo pesquisas policíacas ni nunca nadie se tomó la molestia de investigar su pasado.

En una ocasión en que no se celebraba nada en especial, pero que la familia Morales se juntaba como cada sábado sólo para demostrar lo unido y pachanguero que somos, descubrí la verdadera naturaleza de ese niño.

Cuando se aproximaba la hora de la comida mi tío propuso que fuéramos a comprar unas sodas.

Coruco se ofreció de inmediato a realizar la tarea, lo acompañamos mi sobrino en segundo grado también conocido en el bajo mundo de la familia como “El Polen” y yo.

De regreso a la casa, Coruco caminaba con prisa, cualquiera diría que tenía una cita para recibir una herencia, no hacía caso a nuestras peticiones de que aminorara el paso y al doblar una esquina, distraídamente se le cayeron las botellas, rompiéndose una de ellas ante la burla de Polen y la mía.

Llegamos a la casa y al notar que faltaba un refresco mi prima preguntó:

- ¿Qué pasó, les faltó dinero?

- No, - repuso Polen- al Coruco se le cayeron y una se quebró.

- ¡Y era la mía!, - concluyó El Coruco con la voz medio quebrada.

Todos en la familia quedaron consternados, porque suponían que aquel ser se sentía tan pequeña cosa o que incluso tenía algún trastorno psicológico provocado por el maltrato de su antigua familia, que prefería quedarse sin tomar soda y echarse la culpa de lo ocurrido a exponerse a un regaño.

- ¡Pobrecito Coruco! – decía mi prima, y todos asintieron gravemente.

Como resultado enviaron a mi sobrina en segundo grado, Mary, para que le comprara otro refresco al malvado Coruco...

Sí, leyeron bien, escribí malvado.

Digo lo anterior porque al momento de comprar las sodas, pude notar perfectamente que el nivel no era el mismo en todas y que la que por desgracia se quebró era la que más llena se encontraba de todas, siendo ésta la que Coruco secretamente deseaba para sí.

Así que lo de “Pobrecito El Coruco” a mí no me lo pegaban, aquel era un ente ventajista y lleno de ambiciones.

Desde pequeño ese chamaco era casi tan malévolo y zórpilo como yo. Le dirigí una mirada al Coruco diciéndole telepáticamente: goza mientras puedas de la estima de la familia, que yo no voy a decir nada, pero tú y yo sabemos perfectamente que entre bueyes no hay cornadas.

Por supuesto nunca nadie se enteró de la doble intención de ese tipo y a la fecha goza de una reputación intachable dentro del círculo familiar.

Desde pequeño (y sin que nadie me lo enseñara), supe que cuando alguien alcanza el nivel de “pobrecito” o la compasión de la gente, es inútil convencer a las personas de lo contrario, salvo que desee uno que lo tachen de envidioso y lo crucifiquen mordazmente ante el aplauso general.

P. D. Coruco: Palabra no inventada por mí, al menos fonéticamente. Es utilizada en los pueblos pequeños del estado de Chihuahua para referirse a animalitos semejantes a los piojos, la escritura es en definitiva invento mío.


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Remo.

17 mayo 2006

Mis cuatro fantásticos.

Durante la fiesta en donde celebrábamos el cumpleaños número sesenta y seis de mi madre, la plática con mi hermano Pedro de pronto giró a quienes considerábamos los más grandes hombres que hayan existido en esta tierra.

De inmediato yo enumeré cuatro por el orden cronológico de su nacimiento: Marco Polo, Leonardo Da Vinci, Julio Verne y Mahatma Gandhi.

Marco Polo.

Este incansable mercader, viajero y explorador veneciano, fue uno de los primeros hombres europeos en viajar hasta China, duró perdido diecisiete años recorriendo el lejano oriente hasta que retornó nuevamente a Venecia.

Desde que yo era pequeño y leí el libro de sus viajes, que él mismo le dictó a un escritor pisano durante su estadía en la cárcel de Génova, mi admiración por viajar y conocer el mundo como él lo hizo alguna vez fue adquiriendo tintes de obsesión y vicio.

Mi respeto por él aumentó al saber que al lugar que él iba, vestía y comía lo mismo que los naturales, sin pretender jamás siquiera suponer que su cultura europea era superior a la del país nativo que visitaba, (eso mismo intento yo hacer en cada viaje que realizo).

A Marco nadie de sus contemporáneos le creía cuando contaba las maravillas que había presenciado en oriente, -ese es tema para un texto aparte-, como por ejemplo, el uso de papel moneda, y el carbón en China, la utilización del petróleo con fines medicinales en Irán, la existencia de los tigres en Indonesia o de la estructura jerárquica del ejército mongol.

Incluso hoy todavía algunos escépticos ponen en tela de juicio su viaje, (vaya gente envidiosa), se les olvida un detalle muy pequeño pero significativo, él fue el primer hombre que dio a conocer en Europa un lejano reino oriental: Cipango, el cual no es otro que Japón dicho en chino, ¿Cómo podría alguien inventar personas, costumbres, en fin todo un país entero, si no hubiera puesto sus pies en él?, aún en su lecho de muerte sus familiares más cercanos le decían que se arrepintiera en secreto de confesión de las mentiras que había dicho, Marco Polo indignado ante tal sugerencia se negó contestando con su inmortal frase:

“¡No he contado ni la mitad de lo que vi!”.

Leonardo da Vinci.

Leonardo di ser Piero da Vinci, como era su verdadero nombre, fue un célebre escultor, pintor, ingeniero, arquitecto, técnico, anatomista, mecánico, músico, matemático, científico e inventor.

Se dice que era un ser tan privilegiado, como si en su cerebro habitaran al mismo tiempo diez hombres.

Al ser un hijo ilegítimo, nunca recibió educación formal, aprendió casi él solo a leer y escribir, al redactar lo hacía con la mano izquierda y su escritura la elaboraba también de derecha a izquierda, al no tener influencias literarias, todo su pensamiento lo desarrolló de una forma totalmente original, hoy se le considera un libre pensador en toda la extensión de la palabra.

Desgraciadamente muchas de sus obras se perdieron en el tiempo, sobreviven hasta hoy la célebre pintura “La última cena” –cuadro indispensable en cualquier hogar católico- y quizá la más famosa de todas sus pinturas: “La Gioconda o Mona Lisa”, que continúa intrigando a propios y extraños por su enigmática sonrisa.

En la parte superior de ésta bitácora puede apreciarse un fragmento de su obra monumental de anatomía llamada “El hombre de Vitruvio”, (La mera explicación del hombre de Vitruvio merece un texto aparte).

Sus obras escritas las detallaba con una escritura críptica, ajena a los conocimientos comunes de cualquier persona, algunos textos suyos tienen que ser leídos con un espejo para entenderlos, su celo por las observaciones científicas que realizaba era considerable.

Entre sus máquinas inventadas figuran, un tanque de guerra, una máquina voladora para un hombre (el actual parapento), armas de fuego, un helicóptero, y un engranaje que era parte de una calculadora –recordemos que estamos hablando de la época del Renacimiento, hace aproximadamente quinientos años-.

A través de sus anotaciones se han podido obtener algunas citas célebres, se aplica perfectamente una de ellas a su propia muerte, acontecida en plena corte del rey de Francia, se dice que el rey tomó en sus brazos su cabeza al momento en que Leonardo exhaló su último aliento, su frase inmortal es:

“Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte”.

Julio Verne.

Este gran precursor de la ciencia ficción, atrapó de manera inmediata mis lecturas en mis mocedades, no había libro que de él no quisiera leer.

Siempre he considerado a Julio Verne como un moderno Nostradamus que por evitar el escarnio público decidió plasmar en novelas supuestamente ficticias sus visiones futuristas (Esta teoría mía merece un texto aparte).

¿Cómo no considerarlo así?, si la NASA se basó en sus novelas “De la tierra a la luna” y “Alrededor de la luna” para llevar a cabo su misión espacial sesenta y cuatro años después de su muerte, con tal similitud que parecería que Verne era el encargado de la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio de los Estados Unidos de América.

Que decir de su novela “Veinte mil leguas de viaje submarino” y “La isla misteriosa”, donde describe con una precisión exacta como debe construirse un submarino, el célebre Nautilus de su novela sirvió de base para la fabricación de cualquier otro submarino moderno.

El libro “Los quinientos millones de la begún” muestra los efectos devastadores de la guerra química, la moderna planificación urbana y los satélites artificiales y el libro “La misión Barsac”, describe a la perfección un rayo láser utilizado como arma.

Libros como “Cinco semanas en globo”, “Viaje al centro de la tierra”, “La vuelta al mundo en ochenta días”, “Miguel Strogoff”, “Un capitán de quince años”, “El rayo verde”, “Claudio Bombarnac”, “La jangada”, “La estrella del sur”, “Norte contra sur”, “Dos años de vacaciones”, “El testamento de un excéntrico”, “Las tribulaciones de un chino en China”, y “La caza del meteoro” (Una de las mejores comedias que he leído), constituyeron mis delicias infantiles y contribuyeron en mucho a que se me desbordara la imaginación y que yo me lanzara a escribir.

Sin embargo, ninguno de sus libros me gusta más que “El eterno Adán”, ahí da rienda suelta a sus fantasías o visiones futuristas; por principio de cuentas ubica esa novela en México, cuenta la desaparición de nuestra civilización y el resurgimiento de la raza humana desde la edad de piedra tomando como eje central el inicio de las religiones.

Mi frase favorita de él está tomada del libro “Veinte mil leguas de viaje submarino” y es:

“No necesitamos continentes nuevos, sino personas nuevas”.

Mohandas Karamchad Gandhi.

Mayormente conocido como Mahatma Gandhi que en sánscrito significa “alma grande”, es para mí más que un personaje histórico, mi maestro en muchos sentidos, debido sobre todo a su particular filosofía basada en la milenaria espiritualidad hindú, el valor y coraje por defender los valores de la no violencia, la resistencia pacífica, la desobediencia civil, la no cooperación y la utilización ante todo de la fuerza de la razón.

Estos hechos a la postre derivaron en la independencia de La India (Creo que debo incluir un discurso que realicé sobre él en 1994 como otro texto).

Su concepto personal de Dios era que éste existía únicamente en la verdad y el amor supremo, lo mismo se sentía hindú, budista, sikh, musulmán o cristiano, su tolerancia y aceptación de todos los credos era grandiosa y digno ejemplo de imitar.

Fueron los actos y pensamientos de este excepcional ser quienes más que enseñarme, me mostraron la guía a seguir por la ruta y el camino del agnosticismo ecléctico que actualmente practico del cual me ufano completamente -esta creencia mía, merece también un texto aparte-.

Paradójicamente, él que nunca utilizó la violencia, murió asesinado; una de sus más famosas e inmortales palabras son:

“No hay camino para la paz, la paz es el camino”.

Estos cuatro hombres universales constituyen mis héroes e ídolos, ningún otro desde mi muy personal punto de vista se les puede comparar ni mucho menos hacer sombra.

¡Ah!, ¡Ojalá poseyera yo tan siquiera la décima parte de su intelecto!


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Remo.

15 mayo 2006

Mientras comía en “El Papillón”.

Tengo por insana costumbre comer algo callejero los sábados por la noche, uno de mis lugares favoritos es “El Papillón”, un simpático y flocklórico camioncito que se estaciona por las noches en el centro de la ciudad desde hace décadas; ahí preparan unas hamburguesas al carbón que de lo sabrosas deberían de cobrar impuestos extras al ingerirlas o de plano declararlas ilegales.

El sábado pasado por la noche me encontraba haciendo gala de mi tradición personal, ni tardo ni perezoso, iba a darle tremenda mordida a una suculenta "burguer" doble, cuando de repente:

¡Tut!, ¡¡Tut!!

La sirena de una patrulla de la policía bruscamente me distrajo de mi ensoñación, la camioneta se estacionó frente a mi carro, de la cual rápidamente descendió un encargado del orden y mientras hablaba por radio no sé que cosas, se dedicó a inspeccionar con gran agilidad la calle que abarcaba esa parte de la cuadra, regresó rápidamente a “la perrera” y le dijo a su pareja:

- Nos equivocamos, esta no es la calle Rosales, ¿Qué hacemos?

Después de pensarlo detenidamente por aproximadamente dos segundos el otro oficial respondió sabiamente:

- Pues ya que estamos aquí le llegamos a las hamburguesas, ¿No?

Uno de los guardias se encaminó alegremente a hacer el pedido en el puesto móvil, mientras el otro ruidosamente con su macana golpeaba la parte posterior de la camioneta, de donde salían voces de protesta.

No alcancé a escuchar lo que le decían al policía, sólo lo que él replicó:

- ¡Ahorita nos vamos, no estén chingando!, ¡¡Cállense ya!!

Me quedé estupefacto, sólo atiné a formular estas preguntas al tiempo que degustaba mi hamburguesa:

¿Qué tal si pidieron su presencia en la calle Rosales por que era una emergencia?, ¿Qué rayos ocurría dentro de la troca?, ¿Son así todos los guardianes de la ley?, ¿Y si en lugar de un puesto de comida esto fuera un bar?, ¿Porqué no fui policía?

Pasando de la guasa a lo serio, reflexiono y digo:

¿No es esto acaso un cuadro totalmente surrealista digno de una película de “El Santo contra las momias”?

Vivimos en un país donde todo, absolutamente todo es posible y lo peor es que ello a nadie parece importarle.


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Remo.

12 mayo 2006

El valle de los lobos.

En Europa se estrenó hará cosa de un mes o dos una película turca con ese título, en ella detalla un hecho real que ocurrió en el norte de Irak.

Por largo tiempo Turquía y Estados Unidos han sido aliados muy cercanos, especialmente durante la invasión estadounidense a Irak.

En un determinado momento, los soldados gringos arrestaron a once soldados turcos que operaban en ese país, después de encarcelarlos por dos días, los dejaron en libertad al parecer de una forma verdaderamente indignante.

Fue ese hecho el que motivó la furiosa reacción de la prensa turca, la desaprobación inmediata de los políticos de esa nación, la tensión en las vías diplomáticas de ambos países y la creación de la película.

Se dice que “El valle de los lobos”, es la película más cara que se haya producido en Turquía, su costo ronda los diez millones de dólares.

Además del arresto de los soldados turcos, en la cinta se narra una boda iraquí, en la que todo era felicidad hasta que llegan los rambos gringos con sus bombas y municiones y aquello termina en masacre, ya que para ellos todos los morenos somos terroristas hasta que se demuestre lo contrario, y aún así no dejan de tener dudas.

En realidad es miedo a su conciencia lo que tienen, porque tantas veces las han hecho que esperan que cualquiera se las cobre a la primera.

También se observa en la película como es que muchas personas son llevadas a la cárcel de Abu Grahib, (ya he hablado anteriormente de las barbaridades que ahí se cometen), donde un doctor judío trafica con los órganos vitales de los presos.

Obviamente esto no les ha hecho ninguna gracia a los estadounidenses ni a los judíos, porque según ellos la situación con los musulmanes está muy candente como para que una película así sea mostrada en occidente, lo cual a su decir, incrementaría el odio anti-semita y anti-estadounidense, como si ellos no hicieran lo propio con películas como Munich, por cierto producida por un judío gringo.

¡Bah, hipócritas!, los mismos que hoy se oponen a “El valle de los lobos”, son los que no tuvieron ningún reparo en alentar la exhibición de “Soldado desconocido”, sólo que ahora sí se “preocupan” por el mensaje “anti-judío y anti-cristiano” que los turcos manejan en esa película.

A ver ahora que sienten, sólo va una de cal por las que van de arena, cuando menos una vez ya se les volteó el chirrión por el palito.

Por lo pronto “El valle de los lobos”, ya fue un éxito de taquilla en Turquía y en Alemania, esperemos pronto las reacciones que suscitará en España.

Sería bueno que se exhibiera esa película en México, uno debe tener otros puntos de vista de la guerra en Irak y no nada más la que Hollywood pretende imponernos, que si bien en cierta parte de la trama esa cinta es ficción, también nos acerca bastante a una imagen más verdadera de lo que allá ocurre, a mí me interesaría mucho ver como es que quedan vapuleados los güeros por los morenos.

Obviamente esa película no va a ganar nunca un Óscar…


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Remo.

10 mayo 2006

Su historia...

-Infancia-

Nació ella a la vera de un Camino Real,
de padres humildes en lo material,
pero de caudales en lo espiritual.

Siendo muy pequeña solita aprendió,
que ser ignorante no era lo mejor,
con sus trenzas negras y mucho valor
se enfrentó a su padre por su educación.

-Adolescencia-

Mucho se esforzaba la joven Florencia,
nunca desmayaba con su inteligencia,
siempre preocupada en pos de la docencia
logró su objetivo con gran excelencia.

-Madurez-

Pura y nívea escarcha encontraste en Los Pinos,
y el amor de un hombre te ofreció El Molino.

-Yo-

Lenta fue la espera desde que supiste
de la buena nueva que me concebiste,
noches de desvelo tú me prodigaste,
amor y consuelo nunca escatimaste.

Dijiste algún día, cuando yo era infante,
que nunca cejara, que saliera avante.

De mis mancebías, sólo tu entendiste,
mi cruel rebeldía, y todos mis despistes.

Sangre de tu sangre, hijo tuyo soy,
carne de tu carne, orgulloso estoy.

-Mis hermanos-

Gusto de hacerlos rabiar, si amerita la ocasión,
mostrándoles el lunar, que mi mano te robó.

-Mater admirabilis-

Ella es mi tesoro, la mujer andante,
la que sufre y llora cuando soy errante,
pero que perdona mis faltas constantes,
es ella señores, mi adorada madre.

-P.D.-

Recuerda mamita que estoy medio loco,
que vivo de ahorita, y deseo de a poco.


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Remo.

08 mayo 2006

El fuego.

Nunca he sentido una mayor fascinación que el observar las llamas de una hoguera, incluso cuando ésta se acaba, las brazas ejercen sobre mí una especie de atracción fatal.

Dicen mis padres, que cuando era niño y vivíamos en El Molino, yo me estaba pegadito a la estufa de leña, observando el fuego, eso sí, jamás me atreví a tocar ni las llamas ni la estufa, desde siempre he sentido una especie de reverencia ante su incandescente majestad.

A menudo mi abuela paterna me advertía con estas sabias palabras que no debía permanecer mucho tiempo observando el fuego.

- Te vas a orinar en la cama, mientras duermes, - me decía.

Mi única respuesta era un mudo silencio, y seguía observando las llamas, imaginando rostros, animales, cosas buenas y malas…

Mi principal preocupación en ese tiempo era alimentar a la estufa de leña para que no se extinguieran las flamas, en ocasiones, (y adrede), dejaba que las llamas casi se apagaran, sólo para tener el placer de encenderlas nuevamente con un poco de paja o tiernas ramitas secas.

Hubo sin embargo ocasiones en que el fuego se cansaba de entretenerme y se apagaba totalmente, entonces, armado con un frasco de alcohol, -sin que mis mayores lo supieran- me proponía seriamente reiniciar el juego que a mi juicio había quedado inconcluso.

Nunca entendí como es que mis hermanos menores, se arrimaban imprudentemente a aquel artefacto, extendían su mano y pretendían tocar una braza, se quemaban, y jamás se volvían a acercar. Eso desde niño a mí me pareció una soberana tontería, porque la lumbre es digna de respeto, nadie me lo dijo, nadie me lo enseñó, es un conocimiento que ya venía junto conmigo, como un eco lejano que resonaba dentro de mi cabeza cada vez que me aproximaba al fuego.

Por obvias razones, mi súper héroe favorito siempre fue (el a recientes fechas nuevamente popularizado) “La Antorcha Humana”, de los cuatro fantásticos, ¿Quién si no yo, podría idolatrar ese súper poder? y al grito de “Llamas a mí”, corría por el patio de mi casa con una antorcha de cartón, contaba a lo mucho con nueve años de edad. Sé que parecerá infantil mi actitud actual, pero ahí estuve en el estreno de la película el año pasado, a mi juicio una buena producción.

Tuve algunas ocurrencias como por ejemplo mojar mi mano totalmente en agua y pasarla rápidamente ante las altas llamas, o dejar correr un chorro de alcohol sobre mi brazo y encender rápidamente un cerillo.

Ojo: Nunca lo hagan niños y niñas; que a mí el fuego me respeta, pero no sé a los demás, y más recientemente mis aficiones abarcan saltar sobre las fogatas encendidas, e incluso sobre las brazas, cuando ya aquéllas se ha extinguido.

Es mi manera de adorar a las fuerzas de la naturaleza, quizá algunos piensen que es algo bobo, pero a mí me produce placer.

Hasta la fecha cuando la ocasión lo permite y si nos encontramos en una excursión, me descalzo y pongo los pies cerca del fuego, no falta quien dice que quiero imitar al emperador Cuauhtémoc, pero nada más alejado de la realidad, yo sólo lo hago para calentar mis extremidades inferiores, mi padre al ver eso me advierte:

- Te van a salir saballones en la planta de los pies. –dice muy serio.

Uno de mis mejores amigos, me dice que si tiene la oportunidad me atará a un poste y encenderá una hoguera enorme para que muera quemado como las brujas y los herejes de los tiempos de la inquisición, ello desborda mi imaginación y le digo que no tiente a su suerte, porque, ¿Qué pasaría si mi aliado el fuego me respeta y me convierte en un ser inmortal?, jamás le alcanzaría la vida para arrepentirse de todo el “infierno” que a diario le daría.

No soy creyente de la reencarnación, pero a veces pienso que habita en mí cierta herencia genética, cierto instinto primigenio de los antiguos pueblos de mi estado, para los cuales el fuego representaba su único modo de subsistir durante el invierno por las bajas temperaturas que se registran en estas latitudes, donde al calor de las fogatas los ancianos chamanes de los Faraones de Paquimé, de los Rarámuris de la Sierra Tarahumara, o de los Apaches de las llanuras centrales de Chihuahua realizaban al calor de una hoguera su artes adivinatorias o sus ritos más sagrados.

Nunca he conocido alguien a quien le guste disfrutar la cercanía del fuego, y no me estoy refiriendo a acercarse por el solo hecho de calentar el cuerpo, tampoco me gusta encenderlo en cualquier cosa a diestra y siniestra o sin ton ni son, no, no soy piromaniaco, si lo fuera no tendría ningún reparo en aceptarlo.

Mi gozo se refiere al que produce una buena fogata por horas, solo o acompañado pero sin hablar, observando las llamas consumir lentamente la madera, escuchando el crepitar de la leña, olfateando el aroma que emana de la resina de los pinos, y procurando asar de vez en cuando alguna salchicha enrollada en tocino, pero eso sí, sin apartar jamás la mirada de la lumbre mientras intento descifrar los enigmas de una escritura y de un idioma incandescente.


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Remo.

04 mayo 2006

La niña de mis ojos.

Tendría yo unos ocho años cuando le dije a mi padre:

- Papá, cuando yo sea grande me voy a pintar los ojos.

- ¿Qué dices? – me contestó muy severamente mi progenitor.

- ¡Qué me quiero pintar los ojos de colores! – repuse muy convencido.

- ¡Eso no lo hace un hombre!, ¡Eso nada más lo pueden hacer las mujeres!, –respondió agresivamente mi padre al tiempo que me daba un tremendo empujón en el hombro.

- ¿Y eso porqué?, ¡No es justo!, ¡Yo me quiero pintar los ojos! –protesté con furia.

La terrible mirada que me dirigió mi padre me obligó a callar…

Desde ese momento mi papá me perdió la confianza, consideraba que probablemente mi orientación sexual no era la que él esperaba, se dedicó a vigilar discretamente todas las actividades que realizaba, insistía en saber hasta el más mínimo de mis comportamientos, miraba con desconfianza a mis amigos y secretamente revisaba mi cuarto en busca de pistas reveladoras que confirmaran el juicio que se había formado de mí.

Enérgicamente me exigía siempre los primeros resultados en competencias donde siempre se exaltaba la virilidad.

Así es como fui entrenado duramente por él mismo en deportes como el fútbol, el boxeo, y el rodeo, (en el cual por mi edad sólo se me permitía montar becerros y uno que otro borrego).

No satisfecho con eso, en ocasiones azuzaba a mis amigos para que pelearan a puño limpio conmigo, por supuesto que de salir derrotado me esperaba una regañiza brutal, pues perder una riña no era para él sino un signo de debilidad y por consiguiente de feminidad.

Así mi carácter se volvió cada vez más hosco y a la vez taciturno, tal era mi educación espartana, que acostumbraba ya a contestar las preguntas con lacónicos monosílabos la mayoría de las veces.

Sus castigos a veces por naderías eran cada ocasión más severos, porque a su decir: “Esa era la única manera de formar el carácter de los hombres de verdad”.

El tiempo pasó y tendría yo unos doce años de edad cuando una noche mi familia entera se encontraba reunida alrededor de la televisión, se trasmitía el noticiero nocturno, cuando de repente el presentador anunció:

- La tecnología ha llegado a México, ya se pueden adquirir los lentes de contacto que librarán a quienes padezcan de deficiencia visual de las estorbosas gafas, incluso ya se pueden conseguir pupilentes de diferentes colores.

Yo salté de gusto del sillón, olvidé mis usuales y bruscas frases cortas y grité a todo pulmón:

- ¡Por fin haré mi sueño realidad!, ¿Se imaginan que en lugar de tener los ojos color café, los tenga yo negros?

Todos en casa quedaron en silencio sepulcral.

Mi padre respiró profundamente como queriendo descifrar lo que yo había dicho, -tanto hacía años como lo propio recién expresado-.

Volteó a verme con una amable mirada (la cual ya no guardaba en mi memoria) y me cuestionó de una forma como si el peso de la culpabilidad tantos años acumulado al fin hubiera sido liberado y se hubieran hecho añicos contra el cemento del piso de la casa:

- ¿A qué te referías exactamente cuando una vez dijiste que querías pintarte los ojos?

- Pues a cambiarme el color de la niña de los ojos, no pensarías que me quería pintar los párpados como lo hacen los maricones, ¿O sí?


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Remo.

02 mayo 2006

Aberdólaga.

Siempre me he preguntado: ¿Cómo es que mis amigos me soportan?

¡En serio!

Hay ocasiones en que por más que me quiebro la cabeza no sé porqué lo hacen, he llegado incluso a pensar en que si yo fuera ellos y ellos yo, de ninguna manera les aguantaría tanta babosada.

Cuando me lo propongo soy insoportable y a veces mucho peor.

Abel Gutiérrez se llama mi buen amigo de la primaria, por diversos motivos y siguiendo una muy propia y recochina costumbre con mis seres queridos, lo bauticé primero como “Abelardo”, luego como “Abelardo Gallegos”, y por último lo sinteticé como “Abelárdoga”, sólo que una amiga no podía pronunciar correctamente mi invento y terminó rebautizándolo como “Aberdólaga”.

Todos estos sobre nombres fueron puestos desde que cursamos juntos la primaria hasta la secundaria.

La primera diablura que cometí con él fue cuando éramos unos pequeños escolares que cursaban la especialidad del primer grado de primaria.

Estábamos en la hora del recreo y yo había sido castigado por no haber hecho la tarea encargada el día anterior, así que la maestra no me autorizó salir del salón de clases.

Me encontraba masticando alegremente un chicle cuando Abel entró al salón con el único afán de burlarse de mi triste situación.

No me dio coraje por lo que decía y casi sin pensarlo extraje mi chicle y con un habilísimo movimiento de manos se lo pegué en el copete.

- ¿Qué hiciste?, - decía, al mismo tiempo que intentaba quitárselo.

- A ver, déjame a mí, - y el maldito chicle por más que se lo quería quitar, mucho más se le enredaba.

El timbre de la chicharra indicaba que todos debían volver a sus clases, yo estaba preso de la desesperación, anticipando otro castigo, cuando la providencia vino en mi ayuda, un rayo de luz inundó mi cerebro, y saqué rápidamente de mi mochila unas tijeras, con las que le corté sendo mechón de cabellos.

- ¿Cómo me veo?, - me decía Abel.

- ¡Bien, ni se te nota! -contesté sin siquiera mirarlo.

La verdad era que sí se veía bastante mal, porque le faltaba un buen tramo de cabello, lo contenté como pude y hasta lo dejé utilizar mis mejores colores y mi sacapuntas.

Al día siguiente, en cuanto entramos a clase con una voz llorosa me dijo:

- Ya me dijo mi mamá que me veo bien feo, ¡Vas a ver!

- Ja, ja, ja. -fue mi respuesta.

Me burlé ese día todo lo que quise y no le di la más mínima importancia, sabedor de que Aberdólaga era de buen corazón y pronto me iba a perdonar.

Sí, lo sé.

Desde niño mi cerebro ya se estaba entrenando para convertirme en un auténtico zórpilo.

P.D. Texto escrito sólo para recordar que alguna vez fui niño y que a mi manera yo también festejaba el 30 de abril, sólo que con una frecuencia muy superior a una sola vez al año.


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Remo.