24 mayo 2007

La llamada maldita.

(Segunda y última parte de un cuento infernal).

Él:

Hoy
es el cumpleaños número veintiuno de mi bella amada, ¿Cómo decirle que la quiero con locura?, no existen palabras suficientes en castellano para expresarle lo que guardo en mi loco corazón.

Antes de entrar en acción lo pensé varias veces toda la mañana y justo a las doce del mediodía encontré por fin las palabras precisas, me armé de valor y marqué a su departamento.

- ¿Bueno? –dijo con su característico tono jovial.

Yo quería decirle algo hermoso, algo sublime, sin embargo la lengua se me trabó y la garganta se me hizo un nudo, no fui capaz de emitir sonido alguno; lo intenté pero no pude pronunciar palabra, me quedé totalmente mudo… avergonzado colgué el teléfono.

Al día siguiente, con religiosa puntualidad volví a marcar a las doce del mediodía, esta vez no sólo me conformaría con oírla decir; “Hola”, sino que por fin le diría mis pensamientos, a pesar de todo, después de escucharla con eso me bastó para alimentarme el alma y nuevamente no dije nada.

Durante varios días continué marcándole, hubo ocasiones en que desesperada me dijo palabras altisonantes, ante que molestarme yo la comprendía totalmente, ¿Quién en su sano juicio no se enojaría?, sin embargo había algo en su voz alterada que me invitaba a seguirla escuchando, tan enamorado me sentía que incluso al oírla decir palabrotas me encantaba.

Después de cinco semanas, ella cambió su actitud y repentinamente comenzó a tomarme un poco de confianza; después de un tiempo empezó a relatarme su vida, su infancia, su adolescencia los momentos agridulces de su existir, y en fin todo lo que sólo a un muy buen amigo se le cuenta.

Aquella situación terminó por convertirme en una especie de psicólogo, se desahogaba conmigo, nunca estuve tentado a faltar a la cita telefónica, el amor que aquella chica despertaba en mí era cada vez más fuerte.

Poco a poco fui acercándome a su grupo de amigos, y cuando por fin me la presentaron para mí se abrió el cielo y caí rendido a sus pies, por todos los medios procuré hacerla mi novia, y cuando por fin me dio el sí, faltaban ya solamente dos semanas para su próximo cumpleaños, esa tarde me sentí el ser más dichoso sobre la tierra.

El día de su cumpleaños número veintidós aleccioné a mi mejor amigo para que le dijera con su muy grave voz: “Feliz cumpleaños y adiós”.

No tenía caso seguir ese juego, si yo lo había iniciado, era yo el indicado para terminarlo, ya había escuchado todo cuanto necesitaba y ahora sería yo su confidente en carne y hueso, no un fantasma de humo que sólo la escuchaba a la distancia.

Ella jamás me reveló que un admirador secreto la llamaba al mediodía.

El tiempo pasó y nos casamos, tenemos tres hermosos hijos, sin embargo a pesar de tener una familia sólida y basada en el respeto común, creo que la monotonía se ha vuelto el pan nuestro de cada día, lo noto por las noches cuando llego rendido del trabajo, a ella ya no le brillan los ojos al verme, y en nuestra recámara cada noche se hace más gruesa lo que empezó como una sutil capa de hielo.

Es tiempo de revitalizar nuestra relación, y se me ha ocurrido resucitar a un muerto del pasado, un incógnito admirador amante que la protege y la escucha siempre con fidelidad...

Quiero y por todos los medios intento que todo vuelva a ser como antes, como en esa época de nuestra amada juventud, como antes de conocernos.

Hoy le he enviado un arreglo floral con una frase corta pero que sin duda para ella tiene un gran significado, estoy seguro que la hará recordar viejos tiempos…

P.D. Cuento dedicado a “F”. Sé que nunca leerás esto, pero quiero decirte que yo soy aquel loco que te llamaba siempre a las diez de la noche y se quedaba como bobo escuchando tus palabras sin atreverse a responder jamás.


NaCl-U-2


Remo.

14 mayo 2007

La llamada maldita.

(Un cuento infernal).

Ella:

Ayer quedé paralizada: eran las doce en punto del mediodía y el teléfono sonó en un par de ocasiones, por mi mente pasaron mil cosas pero no me atreví a contestar, luego de breves instantes volvió a timbrar, descolgué el auricular y con el corazón queriéndome saltar del pecho escuché lo siguiente:

- Hola, soy yo –y de inmediato aquel hombre colgó.

Su voz me sonó familiar, pero lejana, muy distante…

Con parsimonia procedí a leer la tarjeta que acompañaba ese hermoso arreglo floral de tulipanes morados que hoy llegó hasta las puertas de mi oficina y mi angustia creció; con letra de impresora láser sólo decía: “Hola, soy yo”.

Pensarán ustedes que soy una loca por asustarme tan fácilmente ante una simple frase escuchada de un teléfono o por leer las mismas palabras en una tarjeta; pero era el día de mi cumpleaños y tenía mucho de particular.

Habrá quien se aventure a creer que yo haya sido una víctima de los tan de moda llamados secuestros exprés, pero no se trata de eso, la cosa no va por ahí; déjenme contarles mi historia y ustedes juzguen por sí mismos:

Corría el año de 1980, yo era una joven de veintiún años que estudiaba en la Universidad y vivía sola en un departamento modesto, el día de mi cumpleaños recibí telefonemas de mis familiares y amigos, sin embargo en punto de las doce del mediodía, mi teléfono timbró en dos ocasiones, ilusionada por creer que era una felicitación más contesté:

- ¿Bueno? –dije con mi característico tono jovial. Nadie contestó.

- ¿Bueno?, ¡Bueno! –insistí.

De nuevo un silencio total, imaginando que había un problema de comunicación, dije en voz alta, casi gritando:

- ¡No te escucho nada!, ¡¡Márcame nuevamente!! –y colgué apresurada.

No le di la más mínima importancia a tal evento.

Esa tarde junto con mis amigos y amigas tuvimos una reunión en una cafetería para festejar mi onomástico.

El día siguiente, se volvió a repetir el mismo patrón.

Eran exactamente las doce del mediodía y el teléfono volvió a sonar:

- ¿Bueno? –dije con un tono alegre.

Nuevamente un silencio total que me desconcertó y al mismo tiempo una campanada en mi cerebro me recordó que eso ya había ocurrido el día anterior.

Al día siguiente volvió a ocurrir lo mismo, primero pensé que era una broma y yo contesté juguetona:

- Hola, ¿Cómo estás?, ¿Porqué no me hablas?, vas a hacer que ya no te conteste más, ¿Eh?, ándale no seas malito y dime quien eres.

Pero era como hablar con un muro, ni siquiera el ruido de la respiración se escuchaba del otro lado.

Al cabo de cuatro días comencé a preocuparme, ¿Qué tal si se trataba de alguien que me vigilaba y quería hacerme daño?, ¿O qué tal si se trataba de una mente enferma o perversa?

Así que al quinto día decidí tomar el toro por los cuernos y le dije llena de ira:

- ¡Óyeme imbécil fracasado!, ¡¡No te tengo miedo!!, ¡¡¡Deja de estar jodiéndome la vida y no vuelvas a llamar!!!, ¡¡¡¡Hazme el favor y llámale a tu chingada madre!!!!

Pero mis amenazas no surtieron efecto, por más que le gritaba improperios llena de rabia, las llamadas continuaron.

Llena de temores lo consulté con mis amigas y algunas me sugirieron que ya no contestara o bien que desconectara el teléfono a esa hora porque eso se trataba ya de un verdadero acoso; otras más me dijeron que amenazara a la persona diciéndole que iba a llamar a la policía, e incluso hubo alguien que se ofreció a estar presente junto con su novio cuando timbrara el teléfono para dar la impresión de que yo estaba acompañada.

No seguí ninguna de sus recomendaciones, a pesar del posible peligro que ello entrañaba, y es que a la vez me gustaba la idea de jugar con fuego; era una situación por demás extraña, y la curiosidad me hacía seguir contestando…

¡Cuánto hubiera sido de utilidad en ese tiempo un identificador o un bloqueador de llamadas!

La tercera semana de llamadas comenzó y una fuerza irresistible me hacía contestar una y otra vez el teléfono en punto de las doce del mediodía, pero no ya como una curiosidad, sino como algo necesario para mí.

Comencé a descubrir que había algo en aquel silencio que me invitaba a pensar que la persona del otro lado del auricular no pretendía dañarme, era… como explicarlo, un silencio cálido, tierno, amigable, cordial…

A la cuarta semana de recibir esas anónimas llamadas, me ocurrió algo inesperado y es que desde las once del día estaba ya al pendiente de que el teléfono sonara, temblaba de emoción y las manos me sudaban copiosamente.

Justo cuando iban a dar las doce me encontraba ansiosa por descolgar el teléfono, ese ser me había “domesticado”...

Empecé a sufrir cuando ante aquel mudo interlocutor colgaba el teléfono, yo quería seguir recibiendo llamadas y que éstas fueran cada vez de mayor duración.

Ocurrió que en la quinta semana de aquella enfermiza relación comencé a relatarle mi vida a aquél anónimo escucha, le tomé una confianza inusitada y empecé a narrarle lo que había hecho durante el día, todas mis penas y desventuras; era tal el desahogo que sentía con él, como si lo que le que confesara lo hiciera ante un sacerdote.

Hubo ocasiones en que exageré a propósito mis historias y le conté mentiras totalmente absurdas, el único propósito de esto era ver si aquel ser se alteraba y con ello lograba que me dijera algo, pero el silencio absoluto era la única respuesta, jamás pronunció la más mínima de las palabras...

Recibir la llamada de las doce se convirtió en parte de mi cotidianeidad, lo veía ya como algo normal, mis amigas ocasionalmente me preguntaban si seguían molestándome y yo lo negaba rotundamente.

Faltaban dos semanas para mi cumpleaños y un chico de la Facultad se me declaró, tan emocionada estaba por el suceso que no olvidé comentarle a mi confidente que ya tenía novio, pero aquél ser no se inmutó, sin duda tenía atole en las venas.

Así continuó mi vida, hasta el día de mi cumpleaños número veintidós.

En esa ocasión desde temprano comencé a recibir las llamadas de felicitación de mi novio, de mis familiares y amigos; yo estaba totalmente emocionada, pero más que nada esperaba con ansia la llamada de las doce.

¿Sabría ese ser que ese era un día importante para mí?

Las doce en punto se dieron y el teléfono sonó.

- Hola –dije emocionada.

- Feliz cumpleaños y adiós… -y aquel hombre colgó abruptamente.

Quedé desconcertada, era la voz más varonil y seductora que jamás había escuchado, por fin me había permitido oírlo, sin embargo sus palabras me sacaron de todo balance, cierto, había escuchado su voz, pero no me permitió en cambio contarle nada.

En vano esperé la llamada al día siguiente, se dieron las doce, las doce con uno, las doce con diez y jamás volvió a sonar mi teléfono, al parecer aquella despedida era un adiós definitivo.

Luego comenzó a ocurrirme algo inusitado, hubo semanas en que me sentía triste y sola, no sólo me había habituado a su cercana lejanía sino que aquel hombre se había ya convertido en parte obligada de mi horario.

Con el tiempo y con la ayuda de mi novio y de mis amigas empecé a superar la situación aunque jamás la olvidé.

Nunca volví a recibir llamada alguna, hasta ayer, la fecha de mi cumpleaños número treinta y uno.

Me estremecí de pies a cabeza al recordar que en nueve años había yo cambiado al menos un par de ocasiones de domicilio, y que donde recibí esa llamada no era en mi casa sino en la empresa donde laboro; comprendí que aquel hombre se había convertido en mi sombra y que continuaba siguiéndome a todas partes sin que yo jamás percibiera su más mínima presencia.

Anoté el número que el identificador de llamadas me daba y marqué, desgraciadamente se trataba de un teléfono público…

¿Sabrá
él que me casé y que tengo tres hijos?... considero que sí, que lo sabe y que conoce incluso mucho más cosas sobre mí; y no sé porqué pero presiento que este asunto que creía ya muerto y enterrado ha vuelto a renacer.


(Esta historia continuará)...


NaCl-U-2


Remo.

03 mayo 2007

Rarezas mías.

Mi buen amigo Poly ha tenido a bien encomendarme una de las tareas más difíciles que yo haya realizado, la cual consiste en describir cinco de mis hábitos más extraños.

Desde siempre he considerado todos mis comportamientos totalmente normales, así que partiendo de esa base, tuve que ser bastante cuidadoso al observar cuales de mis actos les pudieran parecer singulares a los demás.

Aquí van cinco de mis acciones ante las que el vulgo se escandaliza, pero que para mí son tan naturales como lo es el respirar:

1.- Tomar agua en ayunas.

Lo primero que hago todos los días al levantarme es tomarme un litro y medio de agua tibia, de esta manera me hidrato y repongo los fluidos perdidos la tarde-noche anterior durante mis entrenamientos; además el agua actúa sobre mí como un poderosísimo laxante natural, por lo que el estreñimiento es un extraño al que jamás he llegado a conocer.

Después de beber el agua espero una hora para probar un alimento, sea este sólido o líquido.

* Este punto aplica sólo a medias cuando estoy de vacaciones.

2.- Comer frutas o vegetales antes de cada comida.

Antes de mis tres comidas diarias siempre ingiero un tipo de fruta (y a falta de esta cualquier vegetal): plátano, naranja, manzana, pera, sandía, melón, jícama, tomate, pepino, lechuga, nopales, champiñones y un larguísimo etcétera, pues no hay hasta hoy en el reino vegetal alimento comestible que escape a mis atenciones.

Esta costumbre me fue inculcada por unos primos, según ellos, la fruta es de fácil asimilación y descomposición en el estómago, por lo que si uno come cualquier otra cosa antes, el cuerpo no sólo no absorbe sus nutrientes adecuadamente, sino que al permanecer ésta en fila de espera, comienza a descomponerse rápidamente y provoca gases.

Después de comer frutas o vegetales, espero cinco minutos antes de saborear mi primer platillo.

3.- Desayunar avena.

Ningún otro cereal me gusta más que la avena, y es por ello que mi desayuno siempre consiste en un tazón grande de este cereal, al cual le agrego leche, canela en polvo y ocasionalmente un poco de miel de abeja, pasas y nueces.

La avena es un cereal económico que me produce gran saciedad, (época de vacas flacas, cuando era humildísimo y no podía costearme un desayuno más costoso), y de muy fácil preparación (época de cuando vivía solo).

Hasta hace relativamente poco supe que la avena posee proteínas, vitaminas del grupo B, hierro, calcio, zinc, silicio, yodo y fósforo, además contiene muchos aminoácidos, hidratos de carbono y gran cantidad de fibra (soluble e insoluble).

¡Gracias mamá!, ya decía yo que en cuestión de desayunos siempre tienes la razón.

* Este punto aplica sólo en contadas veces cuando me encuentro de vacaciones.

4.- Estirarme y calentar antes de nadar.

Por lo general la gente antes de nadar siempre se avienta con gran entusiasmo al agua, ya se encuentre ésta en una alberca, presa, río, mar… lo único que quieren y les importa en ese momento es nadar; jamás se detienen a pensar que la natación es un deporte que al igual que cualquier otro requiere que los músculos del cuerpo humano se calienten y se estiren apropiadamente antes de ejercitarlos.

Muchas personas se ríen entre dientes cuando de reojo observan mis movimientos de calistenia, por supuesto el que se ríe al final siempre soy yo cuando los veo engarrotados por algún calambre (en el mejor de los casos), pues también me ha tocado presenciar personas a punto de perecer ahogados por ese tipo de contracciones.

5.- Tomar al menos un baño de vapor cada mes.

A ciencia cierta desconozco el beneficio de un baño de vapor sobre el cuerpo humano, hay quien dice que ayuda a la circulación de la sangre, y a desechar las toxinas a través del sudor.

En lo particular puedo decir que a mí me produce una gran relajación, y en cierto modo me ayuda a eliminar el estrés que me provocan el trabajo o las situaciones agobiantes.

Mayas y Aztecas nos legaron el conocimiento del temascal, en nosotros está el aprovecharlos al máximo con algunas variantes, claro está.

Mi forma de tomar el baño es la siguiente:
a).- Permanecer primero quince minutos en el vapor.
b).- Entregarme a las delicias de un regaderazo de agua caliente.
c).- Descanso en un camastro (las más de las veces me quedo dormido profundamente).
d).- Diez minutos intensos de vapor.
e).- Ducha con agua tibia y su correspondiente reposo.
f).- Cinco minutos finales de vapor, y su consecutivo baño de regadera.

En época de calor la ducha final la hago con agua fría, es una sensación bastante extraña, y ahí si se da uno cabal cuenta de donde se encuentran localizados todos y cada uno de los poros que se encuentran dilatados y que apresuradamente se cierran, (dicen que así se templa el acero)... Prohibida estrictamente durante este heroico momento cualquier tipo de circulación de aire.

Bajo ninguna circunstancia se debe de olvidar que uno al sudar en exceso está deshidratándose, por lo que es recomendable beber agua antes, durante y después del baño de vapor.

Como extra, sobre el aparato del cual se desprende el vapor se puede verter alguna esencia de menta, naranja o cualquier otro concentrado líquido aromático, mi nariz experimenta así realmente lo que es el olfato y se adentra uno en un total estado sibarítico.

Por supuesto que tomar un baño de vapor en par es algo de-li-cio-so… no pretendo explayarme al contar este tipo de aventuras; sólo les pongo al servicio de su imaginación el simple acto de darse masaje mutuo con jabón y aceite, eso despierta el apetito sexual del más gélido, y por supuesto ayuda en gran manera a salir de la rutina en la vida de las parejas amantes.

Y bien, pues estos fueron mis cinco hábitos, (de mis vicios, luego hablamos).

Deber cumplido Poly.

No pretendo enviar este ejercicio a nadie en especial, si alguno de los aquí lectores desea continuarlo se los dejo a su amable consideración.


NaCl-U-2


Remo.