17 enero 2006

Segunda de tránsitos.

Verano de 1993, martes, 17:40 P.M. Circulaba en mi viejo Mustang modelo 77, mientras repasaba mentalmente las probables preguntas bajaba por la colina de la Avenida Independencia para desembocar en la Avenida 20 de Noviembre.

¡Diablos!, ¡Voy a llegar tarde al examen!, ahora sí que me va a chupar la bruja y todo por culpa de ese cliente que me preguntaba y me preguntaba por teléfono y no había forma de cortarle la conversación, si yo tenía planeado salir del trabajo bien, con buen tiempo... (Sin apenas notarlo el auto con la bajada comenzó a ganar velocidad).

De repente un oficial de tránsito me hace la señalización de alto. Me estaciono y bajo la ventanilla.

- Joven, ¿No se le hace que va muy rápido?

- Tiene razón oficial, pero es que tengo examen.

- ¿Otra vez?, ¿Pues que tanto estudia?

- Voy a ser Contador Público, sé que le parecerá mentira, pero el examen de ayer lo pasaron para el día de hoy.

- Bueno, lo voy a dejar ir, pero ahora sí tenga más cuidado por favor.

- Gracias, oficial. (Pensando solamente): Le prometo solemnemente que siempre creeré en la gente hasta que se demuestre lo contrario.

Manejo despacio, llego a la Facultad y el examen comenzó una hora más tarde, debido a que mi maestro fue infraccionado por exceso de velocidad.

¿Casualidad?, ¿Coincidencia?, ¡Ironías de la vida!.

Desde entonces manejo lento -a pesar de las burlas de mis amigos- ya lo dice el antiguo refrán “Despacio que llevo prisa”.


NaCl-U-2


Remo.

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