Nayjalí.
(Un cuento infernal).
Un grito desgarrador perturbó la quietud de la noche, luego, dentro de la choza se escuchó con fuerza un llanto infantil.
Afuera, tres hombres sentados en cuclillas aguardaban nerviosos el resultado de aquel trance.
No era el calor de la hoguera lo que les provocaba sudar copiosamente, por sus humildes sarapes se colaba un vientecillo helado que les producía escalofríos.
La anciana salió de la humilde vivienda y dirigiéndose al hombre más joven le dijo cansadamente:
- Fue niña…
- ¿Y ella?, ¿¿Y mi mujer??
- Ella… ella descansa ya… no soportó el dolor del parto… lo siento hijo…
El hombre tomó una tea e incendió de inmediato la cabaña con la difunta dentro, después, amorosamente tomó de entre las manos de su madre a la recién nacida y dijo con orgullo:
- ¡Se llamará Nayjalí!
La anciana retiró del fuego la pequeña caldera que contenía un extraño brebaje, con cuidado lo vació en un guaje y miró a su marido.
El hombre más viejo pronunció estas palabras:
- Ya es tiempo, emprendamos el ascenso.
Lentamente aquellas escuálidas sombras subieron paso a paso la escarpada montaña de la Sierra del Nayar, por intransitables senderos se abrieron paso en la negrura de la noche; sus adustos rostros no denotaban emoción alguna, sólo se repetían mentalmente su sagrado deber.
Con la luz del alba alcanzaron la cima, los cuatro bebieron por turno la amarga bebida y el padre de Nayjalí, colocándola sobre su cabeza le habló como sólo un noble lo haría con su heredera:
- Pequeña hija mía, flor del Nayar, Nayjalí.
Todo hasta donde tus pequeños ojos alcanzan a divisar es la heredad de tu raza; mira aquellos valles lejanos y esas crestas rocosas, escucha el trinar de los pájaros mañaneros y el bramido de las fieras salvajes que regresan a su guarida, siente el vibrar de esta tierra, que desde tiempo inmemorial fue nuestra y que por ley natural te corresponden.
Sólo somos sombras de lo que algún día fuimos, eres la última en el linaje de la casa del gran señor que reinaba con fuerza nuestra antigua nación.
Pero eso se terminó ya, Nayjalí, nada queda, nada que podamos ofrecerte; hasta aquí llega la casta de los grandes señores.
Has de saber, hija mía, que en los tiempos del padre de mi abuelo, ellos vinieron con promesas y engaños, primero pretendieron comprar nuestra tierra, pero con orgullo rechazamos sus propuestas y les contestamos que una madre no se vende.
Después regresaron a tomar por la fuerza lo que no les correspondía, oleadas de hombres armados cayeron como lobos hambrientos sobre nuestros pueblos, fuimos vencidos, y humillados nos echaron como a perros, mancillaron a nuestras mujeres y mataron a todo el que valientemente les ofrecía resistencia.
Nada pudimos hacer, con penurias, logramos preservar la noble estirpe del gran rey, y a salto de mata entre barrancas, cañadas y covachas sobrevivimos hasta el sol de hoy, ¿Pero ya para qué?, ¡Ya para qué Nayjalí!
El hombre se sintió desfallecer, el venenoso brebaje comenzó a arrebatarle la vida; su madre, su padre y su tío, yacían ya sin vida sobre el frío suelo…
Con el último aliento, alzó a Nayjalí sobre sus hombros y la arrojó al vacío, al tiempo que pronunciaba en su extraña lengua el terrible juramento que su abuelo le había hecho tomar muchos años atrás.
“Los dioses nos han abandonado, hace tiempo que sus oídos se han vuelto sordos a nuestras plegarias. No nos arrastraremos como serpientes sobre el suelo que un día señoreamos; cerraremos el vientre de nuestras mujeres y nuestra semilla no germinará más, nuestra lengua, nuestra raza y nuestra historia se perderán para siempre en la obscuridad de los tiempos”.
NaCl-U-2
Remo.
Un grito desgarrador perturbó la quietud de la noche, luego, dentro de la choza se escuchó con fuerza un llanto infantil.
Afuera, tres hombres sentados en cuclillas aguardaban nerviosos el resultado de aquel trance.
No era el calor de la hoguera lo que les provocaba sudar copiosamente, por sus humildes sarapes se colaba un vientecillo helado que les producía escalofríos.
La anciana salió de la humilde vivienda y dirigiéndose al hombre más joven le dijo cansadamente:
- Fue niña…
- ¿Y ella?, ¿¿Y mi mujer??
- Ella… ella descansa ya… no soportó el dolor del parto… lo siento hijo…
El hombre tomó una tea e incendió de inmediato la cabaña con la difunta dentro, después, amorosamente tomó de entre las manos de su madre a la recién nacida y dijo con orgullo:
- ¡Se llamará Nayjalí!
La anciana retiró del fuego la pequeña caldera que contenía un extraño brebaje, con cuidado lo vació en un guaje y miró a su marido.
El hombre más viejo pronunció estas palabras:
- Ya es tiempo, emprendamos el ascenso.
Lentamente aquellas escuálidas sombras subieron paso a paso la escarpada montaña de la Sierra del Nayar, por intransitables senderos se abrieron paso en la negrura de la noche; sus adustos rostros no denotaban emoción alguna, sólo se repetían mentalmente su sagrado deber.
Con la luz del alba alcanzaron la cima, los cuatro bebieron por turno la amarga bebida y el padre de Nayjalí, colocándola sobre su cabeza le habló como sólo un noble lo haría con su heredera:
- Pequeña hija mía, flor del Nayar, Nayjalí.
Todo hasta donde tus pequeños ojos alcanzan a divisar es la heredad de tu raza; mira aquellos valles lejanos y esas crestas rocosas, escucha el trinar de los pájaros mañaneros y el bramido de las fieras salvajes que regresan a su guarida, siente el vibrar de esta tierra, que desde tiempo inmemorial fue nuestra y que por ley natural te corresponden.
Sólo somos sombras de lo que algún día fuimos, eres la última en el linaje de la casa del gran señor que reinaba con fuerza nuestra antigua nación.
Pero eso se terminó ya, Nayjalí, nada queda, nada que podamos ofrecerte; hasta aquí llega la casta de los grandes señores.
Has de saber, hija mía, que en los tiempos del padre de mi abuelo, ellos vinieron con promesas y engaños, primero pretendieron comprar nuestra tierra, pero con orgullo rechazamos sus propuestas y les contestamos que una madre no se vende.
Después regresaron a tomar por la fuerza lo que no les correspondía, oleadas de hombres armados cayeron como lobos hambrientos sobre nuestros pueblos, fuimos vencidos, y humillados nos echaron como a perros, mancillaron a nuestras mujeres y mataron a todo el que valientemente les ofrecía resistencia.
Nada pudimos hacer, con penurias, logramos preservar la noble estirpe del gran rey, y a salto de mata entre barrancas, cañadas y covachas sobrevivimos hasta el sol de hoy, ¿Pero ya para qué?, ¡Ya para qué Nayjalí!
El hombre se sintió desfallecer, el venenoso brebaje comenzó a arrebatarle la vida; su madre, su padre y su tío, yacían ya sin vida sobre el frío suelo…
Con el último aliento, alzó a Nayjalí sobre sus hombros y la arrojó al vacío, al tiempo que pronunciaba en su extraña lengua el terrible juramento que su abuelo le había hecho tomar muchos años atrás.
“Los dioses nos han abandonado, hace tiempo que sus oídos se han vuelto sordos a nuestras plegarias. No nos arrastraremos como serpientes sobre el suelo que un día señoreamos; cerraremos el vientre de nuestras mujeres y nuestra semilla no germinará más, nuestra lengua, nuestra raza y nuestra historia se perderán para siempre en la obscuridad de los tiempos”.
NaCl-U-2
Remo.
4 Comentarios:
Esta con madre!!!!!
....es precisamente amigo mío, la parte que muchos de nuestros ancestros hicieron para preservar su linaje, el orgullo..el no permitir ser conquistado...
..me llevó de paseo por la península y por un pueblo de mi tierra que se hace llamar los "jamás vencidos"...
muy bueno...con olor a tierra amigo mío.
ka, tiene razon... huele a tierra. Muy lindo tu cuento de hoy, Remo... saludos y felicidades por escribir esto.
Así nacen las leyendas, ésta además me ha hecho recordar esas narraciones típicas lugareñas. ^_´
Ö_Ö
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