14 mayo 2007

La llamada maldita.

(Un cuento infernal).

Ella:

Ayer quedé paralizada: eran las doce en punto del mediodía y el teléfono sonó en un par de ocasiones, por mi mente pasaron mil cosas pero no me atreví a contestar, luego de breves instantes volvió a timbrar, descolgué el auricular y con el corazón queriéndome saltar del pecho escuché lo siguiente:

- Hola, soy yo –y de inmediato aquel hombre colgó.

Su voz me sonó familiar, pero lejana, muy distante…

Con parsimonia procedí a leer la tarjeta que acompañaba ese hermoso arreglo floral de tulipanes morados que hoy llegó hasta las puertas de mi oficina y mi angustia creció; con letra de impresora láser sólo decía: “Hola, soy yo”.

Pensarán ustedes que soy una loca por asustarme tan fácilmente ante una simple frase escuchada de un teléfono o por leer las mismas palabras en una tarjeta; pero era el día de mi cumpleaños y tenía mucho de particular.

Habrá quien se aventure a creer que yo haya sido una víctima de los tan de moda llamados secuestros exprés, pero no se trata de eso, la cosa no va por ahí; déjenme contarles mi historia y ustedes juzguen por sí mismos:

Corría el año de 1980, yo era una joven de veintiún años que estudiaba en la Universidad y vivía sola en un departamento modesto, el día de mi cumpleaños recibí telefonemas de mis familiares y amigos, sin embargo en punto de las doce del mediodía, mi teléfono timbró en dos ocasiones, ilusionada por creer que era una felicitación más contesté:

- ¿Bueno? –dije con mi característico tono jovial. Nadie contestó.

- ¿Bueno?, ¡Bueno! –insistí.

De nuevo un silencio total, imaginando que había un problema de comunicación, dije en voz alta, casi gritando:

- ¡No te escucho nada!, ¡¡Márcame nuevamente!! –y colgué apresurada.

No le di la más mínima importancia a tal evento.

Esa tarde junto con mis amigos y amigas tuvimos una reunión en una cafetería para festejar mi onomástico.

El día siguiente, se volvió a repetir el mismo patrón.

Eran exactamente las doce del mediodía y el teléfono volvió a sonar:

- ¿Bueno? –dije con un tono alegre.

Nuevamente un silencio total que me desconcertó y al mismo tiempo una campanada en mi cerebro me recordó que eso ya había ocurrido el día anterior.

Al día siguiente volvió a ocurrir lo mismo, primero pensé que era una broma y yo contesté juguetona:

- Hola, ¿Cómo estás?, ¿Porqué no me hablas?, vas a hacer que ya no te conteste más, ¿Eh?, ándale no seas malito y dime quien eres.

Pero era como hablar con un muro, ni siquiera el ruido de la respiración se escuchaba del otro lado.

Al cabo de cuatro días comencé a preocuparme, ¿Qué tal si se trataba de alguien que me vigilaba y quería hacerme daño?, ¿O qué tal si se trataba de una mente enferma o perversa?

Así que al quinto día decidí tomar el toro por los cuernos y le dije llena de ira:

- ¡Óyeme imbécil fracasado!, ¡¡No te tengo miedo!!, ¡¡¡Deja de estar jodiéndome la vida y no vuelvas a llamar!!!, ¡¡¡¡Hazme el favor y llámale a tu chingada madre!!!!

Pero mis amenazas no surtieron efecto, por más que le gritaba improperios llena de rabia, las llamadas continuaron.

Llena de temores lo consulté con mis amigas y algunas me sugirieron que ya no contestara o bien que desconectara el teléfono a esa hora porque eso se trataba ya de un verdadero acoso; otras más me dijeron que amenazara a la persona diciéndole que iba a llamar a la policía, e incluso hubo alguien que se ofreció a estar presente junto con su novio cuando timbrara el teléfono para dar la impresión de que yo estaba acompañada.

No seguí ninguna de sus recomendaciones, a pesar del posible peligro que ello entrañaba, y es que a la vez me gustaba la idea de jugar con fuego; era una situación por demás extraña, y la curiosidad me hacía seguir contestando…

¡Cuánto hubiera sido de utilidad en ese tiempo un identificador o un bloqueador de llamadas!

La tercera semana de llamadas comenzó y una fuerza irresistible me hacía contestar una y otra vez el teléfono en punto de las doce del mediodía, pero no ya como una curiosidad, sino como algo necesario para mí.

Comencé a descubrir que había algo en aquel silencio que me invitaba a pensar que la persona del otro lado del auricular no pretendía dañarme, era… como explicarlo, un silencio cálido, tierno, amigable, cordial…

A la cuarta semana de recibir esas anónimas llamadas, me ocurrió algo inesperado y es que desde las once del día estaba ya al pendiente de que el teléfono sonara, temblaba de emoción y las manos me sudaban copiosamente.

Justo cuando iban a dar las doce me encontraba ansiosa por descolgar el teléfono, ese ser me había “domesticado”...

Empecé a sufrir cuando ante aquel mudo interlocutor colgaba el teléfono, yo quería seguir recibiendo llamadas y que éstas fueran cada vez de mayor duración.

Ocurrió que en la quinta semana de aquella enfermiza relación comencé a relatarle mi vida a aquél anónimo escucha, le tomé una confianza inusitada y empecé a narrarle lo que había hecho durante el día, todas mis penas y desventuras; era tal el desahogo que sentía con él, como si lo que le que confesara lo hiciera ante un sacerdote.

Hubo ocasiones en que exageré a propósito mis historias y le conté mentiras totalmente absurdas, el único propósito de esto era ver si aquel ser se alteraba y con ello lograba que me dijera algo, pero el silencio absoluto era la única respuesta, jamás pronunció la más mínima de las palabras...

Recibir la llamada de las doce se convirtió en parte de mi cotidianeidad, lo veía ya como algo normal, mis amigas ocasionalmente me preguntaban si seguían molestándome y yo lo negaba rotundamente.

Faltaban dos semanas para mi cumpleaños y un chico de la Facultad se me declaró, tan emocionada estaba por el suceso que no olvidé comentarle a mi confidente que ya tenía novio, pero aquél ser no se inmutó, sin duda tenía atole en las venas.

Así continuó mi vida, hasta el día de mi cumpleaños número veintidós.

En esa ocasión desde temprano comencé a recibir las llamadas de felicitación de mi novio, de mis familiares y amigos; yo estaba totalmente emocionada, pero más que nada esperaba con ansia la llamada de las doce.

¿Sabría ese ser que ese era un día importante para mí?

Las doce en punto se dieron y el teléfono sonó.

- Hola –dije emocionada.

- Feliz cumpleaños y adiós… -y aquel hombre colgó abruptamente.

Quedé desconcertada, era la voz más varonil y seductora que jamás había escuchado, por fin me había permitido oírlo, sin embargo sus palabras me sacaron de todo balance, cierto, había escuchado su voz, pero no me permitió en cambio contarle nada.

En vano esperé la llamada al día siguiente, se dieron las doce, las doce con uno, las doce con diez y jamás volvió a sonar mi teléfono, al parecer aquella despedida era un adiós definitivo.

Luego comenzó a ocurrirme algo inusitado, hubo semanas en que me sentía triste y sola, no sólo me había habituado a su cercana lejanía sino que aquel hombre se había ya convertido en parte obligada de mi horario.

Con el tiempo y con la ayuda de mi novio y de mis amigas empecé a superar la situación aunque jamás la olvidé.

Nunca volví a recibir llamada alguna, hasta ayer, la fecha de mi cumpleaños número treinta y uno.

Me estremecí de pies a cabeza al recordar que en nueve años había yo cambiado al menos un par de ocasiones de domicilio, y que donde recibí esa llamada no era en mi casa sino en la empresa donde laboro; comprendí que aquel hombre se había convertido en mi sombra y que continuaba siguiéndome a todas partes sin que yo jamás percibiera su más mínima presencia.

Anoté el número que el identificador de llamadas me daba y marqué, desgraciadamente se trataba de un teléfono público…

¿Sabrá
él que me casé y que tengo tres hijos?... considero que sí, que lo sabe y que conoce incluso mucho más cosas sobre mí; y no sé porqué pero presiento que este asunto que creía ya muerto y enterrado ha vuelto a renacer.


(Esta historia continuará)...


NaCl-U-2


Remo.

7 Comentarios:

Blogger webita dijo...

me encantó... y me identifiqué! ahi luego le contaré, como que uno se acostumbra a ciertos sucesos y personas. Buenísimo... arroz!

9:26 a.m.  
Blogger ka! dijo...

ayyyy cabrón!!! ora si me dejaste con harta curiosidá!!!

...aquí te leo!

5:07 p.m.  
Blogger 315517 dijo...

¡Ah, ese síndrome de Estocolmo!, que se nos crea como una válvula de escape... ese instinto de supervivencia que hace que nos adaptemos y añoremos lo impensable, y es que somos ante todo animales de costumbres.

Ö_Ö

12:27 p.m.  
Blogger El Homo Rodans dijo...

mi estimadísimo, tenia bien mucho tiempo privándonos de sus palabras y cuando me asomé a su bitácora miré su historia, me gusta, la estructura clara, el desenvolvimiento nada rebuscado, simplemente genial. esperaré el desenlace.
No se porqué se me figuró la historia como para filmar una película. me intriga la vida de ese hombre huídizo.

abrazos espantados!

10:41 a.m.  
Blogger Magda dijo...

Hola Remo!

Tenías bastante abandonados a tus lectores eh?

Yo también me sentí muy familiarizada con la historia. Caso interesante, seguiré la pista...

Muchos besos, espero que te encuentres muy bien.

10:02 p.m.  
Blogger Enigma dijo...

... ok, sera cuestion de ver la continuacion.

Saludos

El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra

6:30 p.m.  
Blogger Sivoli dijo...

yo hace mucho que dejé de ser stalker vía telefónica. Además ya no es divertido con tanto orate que anda por ahí, no, no...

2:02 p.m.  

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