26 marzo 2007

La fruta, prohibida.

(Segunda y última parte).

Mi casa se encontraba de fiesta, el motivo era que con gran alboroto se celebraba al día siguiente la boda de mi hermana, así que entre preparativos y algarabía, familiares y amigos comenzaron a llegar al pueblo.

Los Arizmendi, -una familia de amigos de mi padre- llegaron de visita a la casa de mis padres, esa noche se hospedarían con nosotros.

Con ellos venía un ser angelical, su hija menor, una chica preciosa que de inmediato captó mi atención, ¡Qué voz!, ¡Qué piel!, ¡Qué modales!, ¡Qué nombre tan fresco y matinal!: Rocío.

Tan irresistible ser en cuestión de minutos se convirtió en mi obsesión, ¿quién en su tierna adolescencia no se siente morir de amor con tan solo cruzar una mirada?, y más aún que mi sentimiento al parecer era totalmente correspondido.

Desde ese momento ya sólo tuve ojos para ella, y ya trazaba planes para llevarla a pasear por la huerta a lomo de caballo; cuando mi estómago y mis intestinos me jugaron una mala pasada.

Y es que la fruta semi podrida que había ingerido me estaba cobrando una factura muy alta.

Con ensoñación admiraba a mi amada cuando un tremendo retorcijón me sacudió primero el vientre y luego todo el cuerpo, apenas tuve tiempo y fuerzas suficientes para salir corriendo de la sala cuando una hedionda y sonora flatulencia escapó de mi trasero y contaminó el aire.

Con la cara roja de vergüenza seguí caminando despacio, con pasos muy apretaditos, porque aquello amenazaba no con el estruendo de una bomba, sino con una devastación mayor.

Mi ingreso al sanitario no fue posible, mi prima Ana más preocupada por depilarse las axilas me negó la entrada rotundamente, a pesar de que con gritos le decía que era una emergencia, desesperado, comencé a darle con rabia patadas a la puerta.

Alarmados por mi exacerbada actitud pronto acudieron hasta el baño mi padre y mi madre; yo con la cara ardiendo de indignación y casi caminando como un robot me fui al huerto lo más rápido que pude, apretando hasta donde era posible apretar lo apretable.

Ventosidad, tras ventosidad en estruendoso concierto de agudos y graves distorsionados no dejaban de salir cada vez más apestosas, y a lo lejos la voz de mi madre en tono de preocupación preguntaba a intervalos si todo se encontraba bien.

Sin contestar palabra y retorciéndome de dolor a la sombra de un peral, me bajé los pantalones y liberé a mi cuerpo.

¡Juro que jamás he vuelto a producir algo de semejantes dimensiones!

Cuando la cosa (que parecía tener vida propia) terminó por salir, respiré aliviado un momento, pero ese breve instante se convirtió pronto en angustia.

En desordenado tumulto mi familia y los Arizmendi se aproximaban para ver lo que ocurría, casi me vieron como "al tigre de Santa Julia", afortunadamente grité:

-¡¡Quiero papel!!

Y al instante todos se detuvieron y comenzaron a reír como locos.

Maltrecho, la huerta entera fue testigo de mi promesa: Ahí mismo terminaría el régimen alimenticio que me había auto impuesto. Si quería estar cerca de Rocío tenía que terminar con lo que me provocaba semejantes flatulencias, y es que el amor todo lo puede…

¿Pero cómo acercarme a ella?, me sentía tan abochornado por lo ocurrido, que no me atrevía a salir de mi cuarto a pesar de los ruegos de mi madre que insistía una y otra vez en que Rocío quería verme.

El día de la boda me presenté en la iglesia muy elegante pero procurando llegar muy discretamente, antes de comenzar la misa busqué un asiento lejano a Rocío, me conformaría con verla a la distancia, en esas estaba cuando ella me divisó, dio media vuelta y caminó hacia donde yo me encontraba, yo en esos momento sólo quería que me tragara la tierra, sonriente (no sé si por el gusto de verme o por acordarse del evento pasado), me dijo:

- Hola, ¿Cómo estás hoy?

Iba apenas a responderle cuando sin haberme dado cuenta mi padre exclamó:

- ¿Así que el joven se encuentra muy bien acompañado?, ¡Ja, ja, ja!, ya decía yo: ¡¡Jala más un cabello de mujer, que toda una yunta de bueyes!! –y “cariñosamente” me dio un sonoro coscorrón en la cabeza enfrente de Rocío.

Desde entonces no como peras y detesto las visitas.


NaCl-U-2


Remo.

9 Comentarios:

Blogger Poly dijo...

Estimado Remo:

Tu cuento casi me provoca una flatulencia de tanto contraer el abdomen de la risa que me ha dado.

Divertidismo.

Poly

8:12 p.m.  
Blogger Sivoli dijo...

Tan rica que es una carnita asada... chale...

No vuelvas a hacer eso. Hereje.

8:24 p.m.  
Blogger Magda dijo...

En definitiva, un buen motivo para abandonar la loca idea de las frutas caídas o "enviadas por la naturaleza".

Po cierto, ¿qué pasó después con Rocío?....

12:26 a.m.  
Blogger El Homo Rodans dijo...

no sabe como me reí de su anécdota pero debió ser sumamente vergonzoso, me gustó la redacción de su texto, se nota que le puso empeño, suena muy natural... bueno, descartemos eso de la naturaleza, jajajaja. broma, ando de simple. le mando un abrazo aromatizante.

9:57 a.m.  
Blogger webita dijo...

jajajaja! ay querido remo, esa experiencia si que debió ser por demás inquietante, jajajajajaja! ta buenísima! saludos

11:44 a.m.  
Blogger Batito Feo dijo...

Jajajaja... No importo el que te vieran como el tigre de santa Julia, sí no que el olor que despedia tu rica exhumación, jajja, y por cierto que pasó con Rocío.

7:23 p.m.  
Blogger ka! dijo...

Jajaja..neta mi estimado René que como al tigre!

jajaja..buenísimo el cuento y mejor el final...jaja..cuál será pues siempre nuestro mejor catalizador si no una belle mujer!

jaja..un abrazo!

8:49 a.m.  
Anonymous Anónimo dijo...

>_<... creo que el cuento admite una tercera parte: Rocío y su punto de vista.

^_´

11:03 a.m.  
Blogger webita dijo...

cuando nos vamos al momo o al kaldi o de perdis a coldis?

8:47 a.m.  

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