07 noviembre 2007

Caminos de Guanajuato.

“No vale nada la vida,
la vida no vale nada,
comienza siempre llorando,
y así llorando se acaba,
por eso es que en éste mundo
la vida no vale nada.

Bonito León, Guanajuato,
la feria con su jugada,
allí se apuesta la vida
y se respeta al que gana,
allá en mi León, Guanajuato
la vida no vale nada.”


Con estos hermosos versos de José Alfredo Jiménez fue como empezó mi travesía al ombligo de México, sí, el Cerro del Cubilete y su majestuoso cristo geográficamente constituye el centro de este país.

Ignoro si mi mochila de viaje es tan común y corriente como la de cualquier otro pasajero y por ello se confunda fácilmente o quizá resulte demasiado llamativa, pero en al menos tres ocasiones me intentaron despojar “accidentalmente” de mi equipaje diferentes personas, quienes “descuidadamente” confundían mi maleta con la de ellos.

No bien hube llegado a la ciudad de León, me dirigí a su centro histórico en el práctico optibús, conocido localmente como oruga (ojalá mi ciudad algún día instale un sistema de transporte tan limpio y eficiente como ese).

Por ser día 1º de Noviembre, asistí a visitar mi iglesia favorita en tal localidad, El Templo Expiatorio, hermosa construcción gótica que lleva casi 100 años de construcción sin que a la fecha haya sido terminada, acto seguido procedí a visitar las criptas que se encuentran en el subterráneo de tal sitio.

A las doce de la noche asistí a la procesión que se desarrolla por el centro de la ciudad, con veladora en mano y disfrazado de calavera, presencié las danzas chichimecas en honor de los fieles difuntos, pero en especial la danza del Torito fue la que acaparó mi total atención, ya que apenas es la quinta ocasión que se ejecuta, y se encuentra basada en la obra pictórica de nuestro mexicanísimo José Guadalupe Posadas quien en forma lúdica representaba calaveras.

Por supuesto que una visita (y con tremenda desvelada encima) al zooleón (zoológico) y la plaza mayor eran obligadas, pero tomé todo un día (el siguiente) para dedicarlo a una de mis ciudades coloniales favoritas: Guanajuato.

Guanajuato significa el lugar de las ranas, y son tan pintorescos sus callejones y sus túneles subterráneos como las momias que se exhiben en el museo.

No podía dejar de visitar la Presa de la Olla (a golpe de remo dejé evaporar mis pensamientos), ascender escalón por escalón al monumento del Pípila, acudir en forma breve a la casa donde nació Diego Rivera, y a la Alhóndiga de Granaditas.

De la comida que puedo decirles: por vez primera probé el fiambre, (platillo de origen guatemalteco) el cual consiste en una interesante mezcla de carnes y encurtidos, como el queso de puerco, jamón, patitas de cerdo, algunas frutas como jícama, manzana, guayaba, y también verduras al vapor como zanahorias, papas y calabacitas.

Las enchiladas mineras hicieron mi delicia y descubrí un nuevo platillo (hasta hoy sólo lo venden en dos puestos), lo llaman la pizza mexicanas, la cual consiste en una gruesa tortilla de maíz azul, le agregan una cama de frijoles refritos y colocan encima flores de calabaza y huitlacoches, los dejan cocer un poquito en el comal de barro y por último espolvorean queso… Una auténtica delicia que no estaba dispuesto a dejar de saborear.

Es la cuarta ocasión que visito el Bajío mexicano y siempre descubro algo nuevo y diferente… espero volver pronto a tan hermosa tierra.


NaCl-U-2


Remo.

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Hola:
Nuevamente es un deleite leer tus viajes, pero hoy siento algo diferente, no es la misma forma de relatar que anteriormente utilizabas, tal vez estaba habituado a leer con tantos detalles y a viajar a través de tus relatos, que esta vez no pude hacerlo, sin embargo, conozco una más de tus facetas, quizá mi percepción discrepa de tus demás lectores, pero aún con eso, seguiré esperando cada historia tuya, amigo... abrazos. CARLOS OAx.

11:30 a.m.  

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