08 febrero 2006

Bajo un sol forastero, un forastero seré…

Escogí esas palabras de una canción de Miguel Bosé, para poder comentarles las experiencias más directas y significativas que he tenido con los indocumentados que atraviesan México con el fin de llegar al “sueño de vida americano”.

Primera experiencia:

Cuando estudiaba en La Universidad, vivíamos mi hermano Iván y yo en un pequeño departamento en la zona centro de esta ciudad.

Cierta vez, observamos por el pasillo que un número grande de gente era introducida en un pequeño cuarto de enseguida.

Mi hermano como siempre es muy conversador, se acercó al único que salía del cuarto a comprar víveres, se pusieron a platicar y al rato Iván me dijo:

- ¡Son indocumentados!

- ¿En serio?

- ¡Sí!, le pregunté a uno que de donde eran y primero no me quería decir nada, después sólo dijo que de “Guate”, ven a verlos.

Lo acompañé y en un pequeño cuarto se encontraban hacinados alrededor de veinticinco individuos, entre ellos había niños y adolescentes tanto de uno como de otro sexo, mujeres, (Una de ellas amamantando a un bebé) y hombres de varias edades.

¡Qué espantoso cuadro!, ¡Era una escena grotesca!, ahí sentados en el piso de un cuarto vacío, se encontraban sin comer, sedientos, desvelados, sin asearse, temerosos...

Mi hermano siempre tan servicial les ofreció el baño del departamento, y ahí fueron desfilando uno por uno, los ayudamos a comprar alimentos y hasta me di el lujo de instruirlos en El Himno Nacional Mexicano, en decirles quien era en ese entonces El Presidente de México, como es nuestra Bandera Nacional Mexicana y por último que si los llegaba a apresar algún policía mexicano, que dijeran que eran de Chiapas, para que al menos aquí en Chihuahua no los deportaran, recuerdo que al menos uno de ellos lloró de agradecimiento.

Ese día, mientras el último de los guatemaltecos se estaba bañando se quedó a obscuras, con mucha timidez salió del baño, se acercó a nosotros y nos dijo: “El foco pipiripió”, era su manera de decirnos “en guatemalteco” que el foco se había fundido.

Mi hermano y yo no nos atrevimos a reírnos, a lo mucho sonreímos, le dijimos que no había problema y no le dimos importancia al asunto.

¡Pobre gente!, nunca más los vimos, al día siguiente desaparecieron, me imagino que por la noche llegó el coyote y los llevó a la frontera.

Por lo que mi hermano y yo escuchamos, llevaban ya casi un mes viajando hacia el norte, ocultándose a salto de mata.

Yo que tan a menudo viajo por placer por todo lo ancho y largo de mi país, comprendo que lo que para mí es un deleite para esas personas es una tortura.

Segunda experiencia:

Me ocurrió en Villahermosa, Tabasco, andaba en uno de mis múltiples paseos y justo el día que viajaba rumbo a la ciudad de Oaxaca, Oaxaca, en la central camionera se acercó hacia mí un señor como de unos cincuenta años.

- Discúlpeme, ¿Me podría decir a qué hora sale mi camión?

Observé su boleto y le dije:

- Las 20:00 horas quiere decir que a las ocho de la noche, todavía le queda mucho tiempo, son las tres de la tarde, yo que usted me iba a dar una vuelta por la ciudad.

- No, joven, no, -Y me abrió su corazón, - Mire, yo soy hondureño, y viajo siempre de noche para que no me vayan a agarrar, llevo ya viajando tres días con el corazón en un hilo.

Le aconsejé lo mismo que a los guatemaltecos, acerca del himno, el presidente, la bandera, y por su acento le dije que mencionara que era del Estado de Tabasco (Los hondureños también se comen un poquito la “s” final de las palabras), también le dije que hiciera viajes cortos entre ciudades no muy distantes, saqué el pequeño mapa de mi agenda de bolsillo y hasta le tracé una ruta, le dije que no pasara por la Cd. de Zacatecas, o por el Distrito Federal, porque después de esas ciudades hay retenes que buscan indocumentados, y que procurara hablar lo menos posible para que no lo fueran a descubrir.

Nos despedimos, y le deseé sinceramente la mejor de las suertes en su viaje hasta Oklahoma.

Tercera experiencia:

Me encontraba de vacaciones en la Cd. de Cancún, Quintana Roo, los que me conocen bien, saben que amo la vida nocturna de cualquier ciudad, así que nos dirigíamos al “Coco Bongo”, en plena zona dorada mis amigos, Eric, Leonardo, Svein y yo, descendimos del camión urbano y rápidamente una chica se lanzó a vendernos boletos para entrar a un bar.

La observé fijamente y después de oírla hablar le dije:

- Usted es cubana.

Me miró petrificada y de inmediato respondió:

- No soy, de Veracruz.

Su ocurrencia me hizo reír y contesté:

- Ja, ja,ja, ¡Claro que no!, conozco demasiado bien los acentos de este país para saber que eres extranjera, pero no te preocupes, no tengas miedo que yo no voy a decir nada, buena suerte.

- Tiene razón caballero, soy cubana, no diga nada por favor.

- No puedes ocultar tu extranjería, el acento que tienes es muy fuerte, pero si de algo te sirve, di que eres venezolana.

Nos alejamos del lugar, dejando a la chica muy confundida, quizá debí decirle a la cubanita que no todos los mexicanos nos dedicamos al pasatiempo de estudiar y adivinar los diferentes acentos de este complejo castellano.

Cuarta experiencia:

Llegué a la central camionera de Chihuahua el 7 de Febrero de 2006 a las 06:30 de la mañana, (Tiempo de Chihuahua) y me dirigí al baño para “disfrazarme” e irme al trabajo, en cuanto entré me llevé una sorpresa mayúscula, estaba lleno de personas, algo decían entre sí pero se callaron en cuanto entré. Fácil había unos treinta hombres en ese lugar.

Elegí el último de los lavabos y extraje mi cepillo, gel, etc. Total que hasta me “travestí” en un dos por tres, ja, ja, ja (Eso de travestirme es broma, así digo cuando me voy a poner ropa deportiva o formal, como en esta caso, no piensen que me pongo ropa de mujer). Los individuos no dejaban de mirarme, hasta me puse nervioso, y me dije:

- ¡Ah, chingado!, ¿Y si les gusto y me quieren dar violín?

Mis temores desaparecieron, porque cada vez que volteaba a verlos bajaban la mirada. Observándolos bien, todos presentaban rasgos acusadamente indígenas, los oí cuchichear y rápidamente entendí su acento a la perfección, (Les digo que eso de los acentos es mi pasatiempo favorito), comprendí de inmediato que eran indocumentados centroamericanos. ¡Se refugian en el baño mientras sale su camión rumbo a la frontera!, ¡Pobrecillos!, ¡Cuánto estrés y temor deben de tener!

Nunca tendría el valor de denunciarlos, soy un cobarde. Esa gente lo único que busca es mejorar sus vidas exponiendo incluso las propias, aquí sólo están de paso, no me hacen daño, ni tampoco a mi país. Hubieran visto con que timidez cortaban un poco de papel de baño o abrían una llave de agua para alisar su cabello, tenían miedo de hacer ruido, tenían temor de mí. Salí de ahí y sólo se me ocurrió sonreírles y decirles en voz alta:

- ¡Buena suerte a todos! (Bueno, no tan en voz alta).

Nota: Esta última experiencia ya la relaté en mi comentario de “Guadalajara, Guadalajara”.

A lo largo de mis viajes he observado por las ventanillas de los camiones como a los centroamericanos los bajan del autobús en los retenes, como los registran groseramente, en especial a las mujeres, como los extorsionan y les quitan el poco dinero que traen.

Como dice el dicho: “En lo más blandito es donde se encaja el filo del colmillo”.

Poco puede hacer uno para evitar esas vejaciones, porque por mi manía de viajar en el asiento número uno de los camiones, me ha servido para saber que en ese negocio del tráfico de personas están involucrados, choferes de autobuses, agentes de la policía, soldados, taxistas que los esperan en las afueras de Chihuahua, dueños de hotelillos de paso, y sabrá Dios que personas más…

Si ellos van huyendo es porque tienen que darle de comer a su familia que queda atrás, no son malas personas, sólo los denunciaría (Y eso ténganlo por seguro) si son los de la Mara Salvatrucha, los cuales a saber viajan en trenes clandestinamente, esos pandilleros son fáciles de reconocer por su vestimenta, su forma de hablar, su actitud y los tatuajes que usan.

Como lo he dicho anteriormente, no soy un valiente, jamás denunciaré a un indocumentado en el que sus ojos me digan con tristeza que su única salvación depende de ir a trabajar al norte.

¿Ustedes que harían?

P.D. Hay una película guatemalteca de la década de los años 80´s llamada "El Norte", relacionada con este tema, véanla y luego la comentamos.


NaCl-U-2


Remo.

1 Comentarios:

Blogger Sivoli dijo...

Lo mínimo que se puede hacer al ver a un compa tratando de irse a EU es no denunciarlo, tienes razón. Cuando vivía en la frontera recibí varias veces a caminantes muriéndose de hambre, algunos lavaban el coche por comida, otros nomás pedían que no hicieras olas.

Una vez le dimos de comer a tres güeyes de El Salvador... se pasaron a Calexico y me los encontré a los tres meses de regreso por Mexicali. No los habían deportado, se arrepintieron y ya iban de vuelta a su tierra. Los felicité. Se que es difícil pero es a veces peor en EU.

Saludos.

2:54 p.m.  

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