10 julio 2006

Latitud norte.

Jacinto no pudo más, dos gotas de agua asomaron a sus ojos y la nostalgia lo invadió por completo, y rodeado de gente como él, se sintió solo.

Recordó a su madre, a su pueblo y a su viejo radio.

Allá en San Benito las cosas eran bien diferentes, cuando caminaba por entre las angostas calles, llevaba siempre al hombro a su fiel radio, justo en el centro del cuadrante Jacinto sintonizaba únicamente su estación favorita, la X.R.E.M.O. “La rancherita del norte”.

¡Cómo le divertía la música norteña!, además era de la única forma en que se enteraba de las noticias de los pueblos vecinos: que si fulanita y menganito se casaban e invitaban a todo el poblado al convite, o que si zutanita cumplía 15 años y sus padrinos la mandaban felicitar o que si perenganito lamentablemente había dejado de existir.

Todo cuanto Jacinto sabía de los pueblos vecinos se lo debía a su viejo radio.

Cierto día se levantó con el pie derecho y escuchó una noticia que le cambiaría la vida para siempre, algo que lo ayudaría a subsistir de manera decente y posiblemente terminaría de una vez para siempre con su pobreza; la suerte le sonreía.

El medio de radiodifusión convocaba a los hombres sanos a trabajar en otro lugar, Jacinto no lo pensó dos veces, con gran dolor dijo adiós a su madre, y prometió estar en contacto.

Había ideado un sencillo pero efectivo plan de comunicación, por medio de aquella emisora estarían en contacto permanente, sabrían uno del otro por los recados que todo el día se transmitían en la estación radial, con decisión dejó en las manos de su madre aquel viejo aliado y juró solemnemente comprar otro al ganar su primer salario.

Con sus manos llenas de esperanza rompió el cochinito de barro en donde guardaba sus escasos recursos, y con su morral repleto de fe emprendió el viaje hasta la ciudad Capital.

Jacinto aprobó los exámenes médicos satisfactoriamente y fue reclutado inmediatamente por una granja con un buen salario.

Jamás perdió su confianza en un futuro mejor; pero ahora, que había cobrado su primera paga, la desilusión lo había hecho víctima.

Por más que lo intentó meticulosamente, Jacinto no pudo encontrar en aquel extraño cuadrante su estación de radio favorita, seguramente aquel aparto que le habían vendido estaba descompuesto, no servía.

Se sintió engañado y defraudado, e inmediatamente decidió devolverlo a quien con malas intenciones se lo había vendido.

¡No era justo!, ¡Lo habían timado!

En el preciso sitio en donde debía de aparecer la X.R.E.M.O., sólo escuchaba palabras de un lenguaje extraño, frases ininteligibles o sonidos de música ajena.

Sólo hasta entonces su fe se quebró, y sintió su cuerpo frío y calor a la vez.

Por primera y única vez maldijo a grandes voces el haber sido reclutado por el programa de braseros y se sintió solo… perdido y solo aquel año de 1950 en ese poblado del norte del estado de California.


NaCl-U-2


Remo.

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