12 junio 2006

La bendita cantante.

Tenía yo trece añotes de edad, cuando mis mejores amigos me invitaron a una tardeada en una discoteca.

Entre tímido y nervioso acepté, era la primera vez que asistiría a un evento de esa naturaleza, desde dos días antes les pregunté exhaustivamente cual debería ser el atuendo indicado para la ocasión.

El viernes llegó, y enfundado en unos pantalones de mezclilla deslavados, con una camisa de menudas líneas verticales en color azul y blanco y mis tenis favoritos aguardé la hora en que llegarían mis amigos por mí.

Justo antes de pagar el boleto de entrada en la taquilla comenzaron a asaltarme las dudas, ¿Y si nadie quería bailar conmigo esa tarde?, ¡Me convertiría en el hazmerreír de toda la escuela!, ¿Y si al bailar me tropezaba?, ahora que lo pensaba, ni siquiera sabía bailar bien…

Desde que entramos al B-747, no escuchaba nada, el sonido era demasiado alto para entablar una plática, además me tardó al menos un minuto acostumbrarme a la obscuridad del lugar, aquí y allá, se movían siluetas al ritmo de la música moderna.

Me acerqué a Fer, el más experimentado de mis amigos, para preguntarle como es que debía invitar a las chicas a bailar, Fer sonrió y me dijo:

- Pues así, te acercas a una que te guste, le extiendes un poco la mano y le dices ¿Quieres bailar?, fácil ¿No?

Dicho así, la empresa parecía sencilla, pero luego me asaltaron las dudas: ¿Y si me decían que no?, ¡Qué vergüenza iba a sentir!

Durante poco más de dos horas anduvimos deambulando de un lado a otro de la enorme discoteca que contaba con cuatro pistas, poco a poco me fui quedando solo, mis cuatro amigos, con gran valentía sacaron a bailar a cuatro chicas de una mesa para hacer un “ocho”.

Seguí caminando de una pista a otra, mientras ensayaba y ensayaba mentalmente en mi cerebro la posible situación, sólo que no me animaba a llevarla a la práctica, el temor a un rechazo era demasiado fuerte.

¡Vamos, me decía a mí mismo!, ¿Qué de malo puede pasar?, pero al tiempo que me animaba a sacar una chica y me encaminaba hasta donde ella estaba, surgía otro chavo de la nada y se me adelantaba, cosa que comenzó a mermar mi autoestima.

Harto ya de la situación, la cabeza comenzó a dolerme, no sé si por el ruido que ahí se escuchaba y al cual no me encontraba acostumbrado, o bien, de tanto practicar mentalmente mi muy bien planeada pero inútil estrategia.

A señas me despedí de tres de mis amigos quienes en la pista se daban vuelo bailando, mientras el cuarto de ellos ya tenía la boca sellada en los labios de una chica.

Toño tomó de la mano a su pareja y se dirigió hasta donde yo me encontraba:

- ¡Para eso me gustabas!, ¡Nos vemos mañana! –me dijo en tono algo indignado.

Temblando de coraje por la ofensa recibida y por la falta de confianza en mí mismo, que me hacía quedar ante ellos como una auténtica gallina, me dirigí a la salida, no sin antes imaginarme las crueles burlas de las que iba a ser objeto al día siguiente.

¡Demonios!, ¿Sería tan cobarde todo el resto de mi vida?

Estaba a tres metros de la salida de la discoteca, cuando comenzaron a escucharse las dulces notas de una romántica melodía que en aquellos ayeres tuvo un éxito fenomenal, la mayoría de nosotros no entendía nada de lo que “All through the night” decía, pero a mí en lo particular me parecía un pedacito de cielo esa canción.

Tan absorto me encontraba por la suave voz de esa cantante que distraídamente mi pie tropezó con la pata de una silla que se encontraba ligeramente fuera de lugar y obstruía el pasillo de salida, me incliné levemente para decirle:

- Discúlpame por favor.

Observé en su muñeca un reloj y aproveché rápidamente la situación para preguntarle:

- ¿Qué hora tienes? –al tiempo que señalaba con mi mano su reloj.

- ¡Sí! –fue la respuesta que obtuve de inmediato.

La chica se incorporó de inmediato y tomó mi mano izquierda, y ante mi mudo asombro prácticamente me jaló hasta la pista de baile para iniciar un romántico baile, una cadencia deliciosa se apoderó de nuestros cuerpos, y pegaditos descubrí por vez primera lo que es bailar.

Rogué al cielo porque prolongara ese momento, aspiré profundamente y tomé con mis manos su cintura con suavidad, ella con ternura posó su mejilla en mi hombro.

Mi osadía esa tarde se volvió legendaria, mi fama creció exponencialmente en toda la discoteca, de reojo observaba como los demás adolescentes nos miraban asombrados al tiempo que uno que otro nos señalaba a lo lejos.

Y es que hasta ese momento nadie se había atrevido a invitar a bailar a Mireya, la reina de la escuela secundaria vecina, y por mucho, la chica más bella esa tarde en la disco.

P.D. ¡Bendita seas Cyndi Lauper!


NaCl-U-2


Remo.

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