20 febrero 2006

Suku´un.

Introducción.

Desde niño he quedado maravillado con las diferentes culturas que existen en este país, una de las que más me ha llamado la atención es la maya.

Mi madre -desde que éramos pequeños- siempre tuvo a bien comprarnos literatura, cosa que le agradezco infinitamente. Recuerdo el libro de “Canek”, el héroe maya del escritor yucateco Ermilo Abreu Gómez, es ese libro el que despertó en mí, el ansia por saber las historias y los nombres de los habitantes, dioses y regiones de la antigua península de Yucatán.

La historia de este cuento se desarrolla durante el encuentro de dos culturas: Los pobladores originales mayas de Tinúm (Vocablo que significa lugar de espinas), y los recién llegados itzáes, provenientes del centro de México. El choque cultural fue tan violento como inevitable aunque a la postre ambas culturas terminaron fusionándose.

Tinúm es un poblado yucateco que existe en la actualidad en las cercanías de Chichén Itzá y se me ocurrió tomar prestado su nombre porque la idea de una espina remite a dolor, y es precisamente eso lo que ahí se experimentó.

Cuatro veces he estado en Chichén Itzá, y siempre me prometo volver para mantener los sacbés (caminos) vigentes y transitables, me imagino que con mi paso sobre las hierbas evito que la selva vuelva a cubrir esa hermosa ciudad prehispánica.

Y es bajo la sombra de una Ceiba en la gruta sagrada de Balankanché que mi idea de escribir un cuento maya fue tomando forma desde el año de 1994.

En algunos de los nombres de los personajes se encontrará el prefijo Ah el cual es utilizado en maya para los nombres masculinos, mientras que el Ix lo es para los nombres femeninos.

Dispónganse a leer esta pequeña narración en donde mezclo dioses y humanos en un débil intento por salvar del olvido la tragedia que se experimentó en esa pequeña “Troya yucateca”.

Capítulo único.

Era en Tinúm el tiempo del baktún 9, katún 18, tun 9, uinal 10, kin 13. (9.18.9.10.13 tzolkin 6 ben, haab 1 zotz).

En la antigua tierra del Mayab, la vida comenzaba a resurgir, las flores se abrían a los insectos ofreciendo su preciado néctar, y el corazón de los hombres se inflamaba nuevamente en ese tiempo, como cada año con el despertar de la vida.

Ah Kitam, el bravo jabalí, ayudaba a su hermano gemelo Ah Weech, el tozudo armadillo, en las labores del campo, ambos diestros en las rudas faenas contaban ya con la máxima estatura que un hombre puede alcanzar en el inicio de su edad adulta.

Ah Weech en la hora en que los rayos del sol eran perpendiculares a la tierra, había adquirido de pronto el extraño hábito de visitar el cenote.

Ix U´ukun, la más hermosa de las palomas de Tinúm, realizaba las labores de la molienda de maíz que su madre le encomendaba, después de desmenuzar los granos de cereal en el metate, hacía una pequeña pausa y con pasos apresurados se dirigía a traer agua a la choza durante el mediodía.

Ah Weech, el fuerte armadillo e Ix U´ukun, la más hermosa de las palomas, se encontraban cada vez con mayor frecuencia, sus tiernas miradas se entretejían en un leve parpadeo, y sin saber el porqué, lo encontraban gozoso, sintiendo una angustia terrible al momento de acercarse a la boca del pozo del río subterráneo y una sensación de tristeza al retirarse de él.

Se miraban de lejos, sintiendo que sus corazones palpitaban de tal forma que si no fuera por el esfuerzo sobrehumano que cada uno a su vez realizaba, hubieran escapado de sus cuerpos tan sólo para fundirse en uno solo amalgamándose en un cálido y húmedo abrazo.

Cierta vez Ah Kitam siguió a prudente distancia a su hermano y pudo descubrir su secreto, esa noche comunicó a su abuelo Ah Tunkuruchu lo que había observado.

El viejo búho reunió a su familia, y no tardó mucho en concertar cita con los padres de Ix U´ukun. Entre una familia de agricultores y otra de mercaderes, la vida se abriría paso y el camino de la estirpe familiar continuaría existiendo preservando el linaje de Ah Tunkuruchu en el viejo Tinúm.

Pronto comenzaron los preparativos para celebrar una fiesta nupcial, ¡Qué larga era la espera de la venia del sacerdote!, ¡Con qué lentitud marchaban las pláticas y tratados entre las familias!

Ix U´ukun sentía que un fuego abrasador recorría sus venas día a día, mientras que Ah Weech se encontraba poseído de febril actividad en la construcción de una vivienda, nunca en su vida Ah Kitam había observado a su hermano con mayor dedicación y presteza.

Era el tiempo en que el supremo sacerdote se disponía a realizar el debido homenaje a Yum Kaas y Chac, dioses protectores de los campos, y las lluvias, cuando alarmantes noticias llegaron a Tinúm, el gran Ah Ke´ej soberano de esa tierra, se aprestaba a la batalla.

Invasores despiadados llegados del suroeste amenazaban con destruir la pacífica vida de Tinúm, el terror no tardó en hacer presa a los habitantes del lugar de las espinas.

Ah Kitam y Ah Weech, fueron llamados a tomar las armas. ¡Qué angustia sentía Ix U´ukun!, las ventanas de su alma no volvieron a ser las mismas, un presagio funesto se apoderó de su espíritu.

La despedida fue terrible, amarga. Con lágrimas en los ojos, Ix U´ukun imploró a Ah Kitam la protección de la vida de su amado Ah Weech.

Ah Kitam prometió incluso ofrendar su vida para salvar la de Ah Weech, luego en loca carrera, Ix U´ukun se dirigió al altar edificado en honor de Ek Chuah, su dios familiar, quien decidió hacer oídos sordos a la plegaria de la más hermosa de las palomas de Tinúm.

La batalla fue temible, los invasores al mando de Na Itzá, eran numerosos. Una y otra vez los itzáes se lanzaban ferozmente sobre las fuerzas mayas de Ah Ke´ej, sin lograrlos hacer sucumbir, y una y otra vez los itzáes eran rechazados por los mayas sin lograr hacerlos retroceder.

Ah Puch, observaba desde una colina cercana el transcurso del combate, con una sonrisa maligna posaba su mirada sobre aquel campo que se teñía de un rojo cada vez más intenso, y celebraba con una sonora carcajada cada vida que recién se apagaba, no era Ah Puch sino un dios de la muerte.

Ah Kitam se distinguía en la batalla, por su gran arrojo. La destreza de su brazo con las armas le valió arrancar de cuajo muchas cabezas itzáes, y recordando la promesa hecha a Ix U´ukun, salvó en más de una ocasión la vida de su hermano Ah Weech.

Dos largos días se sucedieron de combates en medio de la selva, al término de los cuales, exhaustos y superados en número los mayas debieron observar como los itzáes se alzaron con el pendón real de la victoria.

Itzamná presenciaba la batalla desde una nube, en su rostro se dibujaba la grave preocupación del surgimiento de un nuevo culto, y la sustitución de los antiguos dioses mayas. En sus lágrimas enjugadas observó la edificación de un nuevo templo más grande aún que el suyo propio que incluiría masivos sacrificios de vírgenes en el manantial sagrado. Los Bacab se lo habían pronosticado, un nuevo dios llegaría a sus dominios en Tinúm, su nombre era Kukulkán.

El otrora poderoso señor Ah Ke´ej, fue arrastrado hasta la presencia de Na Itzá, quien orgulloso con la mano derecha tomo violentamente los cabellos del vencido y con la mano izquierda alzó el magnífico penacho de plumas de quetzal del humillado señor maya. El júbilo de los itzáes fue indescriptible.

La suerte de Tinúm estaba echada. Na itzá consultando a sus capitanes decidió organizar un juego de pelota en el propio poblado, en donde ahora eran los amos y señores, eligieron a los más bravos mayas vencidos para ser enfrentados con sus campeones. En esa elección se encontraba por equivocación Ah Weech.

Na itzá, sin perder el más mínimo tiempo envío rabiosas huestes a sojuzgar los dominios de Ah Ke´ej, exigiendo de manera implacable tributos de sangre.

El día del juego de pelota estaba cerca, los mayas debilitados por tres días de severa hambruna se aprestaban a practicar el juego cósmico, soportando los insultos y vituperios que los itzáes lanzaban sobre ellos.

Con aplomo y resignación todos los mayas de Tinúm presenciaron el decapitamiento del cuerpo desnudo de Ah Ke´ej, y las posteriores ofrendas en sangre que el sacerdote y hermano menor de Na itzá dedicó a sus feroces deidades.

Luego Ah Balam, como un precioso culto en honor a Kukulkán y delante del mudo respeto de sus súbditos, ayudó a Na itzá a traspasarse la lengua, las orejas y los genitales con enormes púas de maguey.

Nunca los itzáes repararon en el parecido extremo de los hermanos gemelos y confundidos decidieron enfrentar a Ah Weech y su equipo contra sus ases.

La noche anterior al juego de pelota Ah Kitam, recordando la promesa hecha a Ix U´ukun, decidió jugarse el todo por el todo, su idea era suplantar a Ah Weech a fin de que su hermano escapara mientras que él enfrentaría el mortal juego de pelota, su estratagema dio resultado, con ricos presentes de granos de cacao, el vigilante permitió el intercambio de los hermanos.

Ah Weech se dirigió a las afueras de Tinúm donde pudo reunirse con Ix U´ukun. Esa noche escaparon protegidos por el sagrado rostro negro de Ek Chuah, quien agradecido por los múltiples honores y dádivas de que había sido objeto por parte de la familia de Ix U´ukun decidió responder finalmente a las plegarias de la más hermosa de las palomas de Tinúm, y les concedió la gracia de ocultarse en las negras entrañas de la jungla.

Envió Ek Chuah a su siniestra mascota, el ave Moán, a guiar a los prófugos por las misteriosas y secretas sendas que sólo los comerciantes mayas conocían.

El día del juego de pelota llegó, y Ah Kitam comandando a los fieros mayas vencieron a los bravos itzáes. Na Itzá, estaba furioso, rugiendo de rabia ordenó que el equipo maya fuera decapitado en el acto, sólo la sangre victoriosa podía calmar su alterado ánimo, el sumo sacerdote Ah Balam, así no lo entendió, sino como un magnífico presente dedicado en honor a Kukulkán.

Un segundo antes de que la filosa obsidiana de Ah Balam atravesara la garganta de Ah Kitam, éste alzó su voz lo más alto que pudo y alcanzó a gritar una sola palabra: ¡Suku´un!

Ah Kitam gustoso había ofrendado su vida por la de su hermano gemelo, haciendo gala de un amor filial inmenso y manteniéndose fiel a su promesa.

Ah Weech e Ix U´ukun vivieron muchos años en la tranquilidad y prosperidad comercial de una isla a la que muchos años después los mayas llamaron Cozumel, la cual siempre estuvo fuera del alcance de las hordas guerreras de Na Itzá.

Desde entonces el espíritu de Ah Kitam acompañando el cortejo celeste del trono de Tamagostad, observó y protegió la vida Ix U´ukun y Ah Weech. Ambos murieron en paz y de vejez natural, no sin antes conocer la numerosa descendencia de su primogénito que no podía llamarse de otra forma que como el heroico hermano mellizo: Ah Kitam, en recuerdo sagrado del suku´un, que ofreció su vida a cambio de la felicidad de su gemelo.

Fin.


NaCl-U-2


Remo.

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