07 marzo 2006

El toreo de avispas.

Mi niñez transcurrió en medio de muchas travesuras, recuerdo que en una ocasión fueron mis amigos por mi a la casa.

- ¡Buenas tardes!, ¿Está René?

- ¡¡René!!, te habla Erico, - Erico es quizá mi más viejo amigo, su nombre es Erick pero todos preferíamos decirle: “Erico, perico, las nalgas te pico”.

- ¿Qué pasa?

- ¡Vente vamos a jugar!

Aquello me daba mala espina, éramos cerca de diez mozalbetes y algunos traían ramas de jarillas en las manos.

Nos alejamos bastante del pueblo y cerca de un arroyo, Erico sacó un encendedor y prendió unas hojas de periódicos, más rápido que inmediatamente, comenzaron a salir avispas de entre las rocas, el juego consistía en torear avispas.

- ¡Córrele, córrele! - Me gritaba Erico.

Una avispa se empecinaba en darme alcance, por lo que en el último esfuerzo de mi alocada carrera, recordé que Lacho había comentado alguna vez que si una abeja o avispa te perseguía te tiraras al suelo, y que no te haría daño.

Me tiré sobre el pasto (Hasta eso que escogí lugar, no era nada más de dejarme caer en la tierra así como así), y para mi terror la avispa se detuvo sobre la punta de mi zapato derecho, como huestes de Hunos enfurecidos, todos mis amigos armados con ramas de jarillas comenzaron a azotarme el pie, de tanto ramazo, descuartizaron la avispa, y a pesar de mis gritos continuaban dándome de fregadazos.

- ¡¡¡Ya estuvo!!!, ¡¡¡Ya se murió la avispa!!! - Les gritaba.

Pero estaban tan excitados por el fragor de la batalla que continuaron buen rato dándome de jarillazos en las piernas.

Esa tarde no nos fuimos invictos, una avispa alcanzó a Lacho, (Quien ante el terror olvidó el sabio consejo que anteriormente me había dado), y le picó en el párpado. Con mucho cuidado alcanzamos a extraer la lanceta y entre las risas generales se fue llorando a su casa.

Al día siguiente, Lacho fue objeto de las burlas más crueles, porque el párpado se le inflamó de tal manera que le hacía imposible ver con su ojo derecho, además el chichón era de un fuerte color morado, lo cual lo hacía parecer un niño golpeado.

Ese día un maestro regañó a Lacho en plena clase por andar toreando avispas, Erico y yo nos reíamos en voz baja.

Por la tarde, Erico y toda la bola fueron por mí nuevamente a la casa:

- ¡Vamos a torear avispas otra vez! – Me dijo Erico.

- ¡Pues vamos!, oye Lacho, ¿Vas a ir nuevamente con nosotros?

- ¡Sí!, pero no me voy a acercar, ¡Mi mamá me regañó mucho ayer, yo nada más los voy a ver!

Elegimos otro lugar para torear avispas, encendimos el periódico y salieron los insectos en nuestra persecución, al parecer Erico era el elegido, y corría y corría, pero una avispa no le daba tregua, tantas vueltas dio Erico que fue directo a donde se encontraba Lacho, y para la mala suerte de éste último la avispa le picó… Sí adivinaron, en el otro párpado.

Pobre, Lacho, estuvo castigado toda una semana entera sin salir a jugar, también dejó de ir a la escuela porque no podía ver bien, con los dos ojos abotagados, en aquellos ayeres nos recordaba a quien estaba de moda en ese momento, el oso panda que nació en Chapultepec.

Esa fue la última vez que salimos a torear avispas, la mera mención del hecho, hacía que Lacho se pusiera fuera de sí, se molestaba y ya después no quería acompañarnos a ninguna parte.


NaCl-U-2


Remo.

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