20 marzo 2006

La venganza es un plato que se sirve frío… (Segunda y última parte).

(Un cuento infernal).

Capítulo Dos.

Casualmente el médico del pueblo ese día de mi fallido intento de suicidio se encontraba pescando a unos cuantos metros de mí, en la rivera opuesta del río, por lo que pudo ver lo que sucedía y así salvarme la vida, amarró mis muñecas como pudo y evitó que me desangrara totalmente.

Cuando la noticia se supo en el pueblo, dice mi madre que no te despegaste un minuto de mi lecho en el hospital y que valientemente te ofreciste a donar sangre para mí, ¿Lo ves amor mío, hasta en eso somos compatibles?

En el momento no supe si agradecérselo o no al doctor, prefería haber muerto a sentir la lástima de la gente.

Hoy, veinticinco años después, celebraremos nuestras bodas de plata, estarán presentes nuestros hijos y mis nietos (entre ellos mi nieta favorita esa pícara regordeta a quien apodan La Dagor), los amigos y demás familiares, en fin he echado la casa por la ventana para que esta fiesta sea memorable, algo digno de recordar, ¡Cómo sólo tú te lo mereces!... Ah sí, también estarán presentes tus cinco inseparables aquéllas.

Mira que no soy rencoroso ni maldije su comportamiento, pero ninguna de ellas logró tener un matrimonio estable, pobrecillas, han tenido una vida de la patada.

Dicen que la venganza es un platillo que se sirve frío, pero a mí no me sabe a nada por que nunca la busqué, -como hombre temeroso de Dios que soy- pero definitivamente, el que ríe al último ríe mejor.

Y ahora me voy un momento a la calle, necesito platicar con mis cinco compadres para confirmar su presencia en el banquete que daremos después de la misa, donde estarán por supuesto sus ex esposas, es decir tus amigas.

¡Je!, ellos nunca supieron ni sabrán la verdad, y es que yo fui el que le pagó al forastero aquél, (Que un día amaneció muerto de un tiro en la frente en el fondo de la barranca) para que esparciera el rumor de que tus amigas les eran infieles a sus esposos.

Sólo una cosa me tiene preocupado, y es que se me vaya a olvidar la renovación de los votos matrimoniales estando frente al sacerdote en la casa de Dios, es una sensación tan rara la que siento, como cuando arrojé la pistola que me heredó mi papá al fondo del río, durante aquella noche en la que el muy cerdo advenedizo pretendió cobrarme de más por haber difundido unos chismes.

Fin.


NaCl-U-2


Remo.

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