24 marzo 2006

Los tres soles.

Érase una playa de un blanco tan níveo y brillante que no fue suficiente la duración de mi sueño para poder describirla totalmente.

Sobre la arena con una túnica blanca me encontraba dormido, en paz.

Un ojo, luego el otro, por fin me decidí a despertar. ¿Cuál no sería mi sorpresa al descubrir que no había uno sino tres soles?

¿Eran ellos los feroces guerreros que habían arrasado a mi pueblo y extinguido a mi raza?, ¡Eran ellos!

Los tres gigantes danzaban alegremente sobre mi cabeza, en aquel, el último día del último humano sobre la faz de la tierra.

No eran rostros infames, no infundían temor alguno, con todo respeto podía yo mirarlos a la cara sintiendo sus tibias lenguas de fuego acariciando mi cuerpo.

Por breves momentos permanecí quieto, sin habla, luego ofrecí en una pequeña plegaria mi ser a las fuerzas del cosmos.

Y ahí en la plenitud del silencio, sin que nadie fuera testigo del hecho, mi cuerpo y mi alma comenzaron a separarse.

Sin apenas sentirlo, mi espíritu fue ganando altura sobre el horizonte, mientras contemplaba con un dejo de tristeza, la consumación de mi cuerpo.

Tan rápido y letal fue su ataque, que sonido alguno no fue capaz de escapar de mi garganta cuando las llamas enfurecidas incendiaron incluso la más pequeña de mis células.

Hoy vago en el vasto y frío universo sin espacio ni tiempo.


NaCl-U-2


Remo.

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