20 abril 2006

Es necesario que suene la guitarra, para cantarle un corrido a Mazatlán…

Cinco contando esta, son las veces que he estado en la tierra de los venados.

Primera:

Esa ocasión fue algo sumamente espectacular, finalizábamos la educación preparatoria y todo el grupo desde hacía años esperaba ansioso lanzarse a realizar el viaje de fin de curso, la meta era conocer Mazatlán.

A la hora buena, todas las mujeres dijeron que siempre no, así que sólo cuatro amigos emprendimos la aventura, ninguno conocía esa bendita tierra.

Efraín, Fernando, Luis y yo salimos de madrugada en el tren Chihuahua-Pacífico, en el cual viajamos hasta Los Mochis, Sinaloa, observar tan de cerca la majestuosidad de las montañas, ríos, y barrancas de la Sierra Tarahumara es impresionante, así como de espectaculares son los innumerables túneles que atraviesan el corazón de la tierra, y los puentes que salvan auténticos desfiladeros, que hacen parecer al “Gran Cañón de Colorado” ubicado en los Estados Unidos un simple surco de tierra. Esta es una travesía altamente recomendable e inolvidable, ahí se respira el más puro oxígeno, mezclado con la resina de los pinos.

En esa ocasión los cuatro hicimos lo que quisimos yendo de un vagón a otro, conociendo turistas internacionales y platicando de cualquier cosa.

Una vez en Mazatlán, estrenamos nuestra recién adquirida mayoría de edad entrando a las discotecas de moda, como el muy famoso y célebre Valentinos y el Fandango, tampoco desaprovechamos la oportunidad de rentar unas motocicletas y conocer en su totalidad el malecón, el viaje que hicimos en una lancha por las islas cercanas fotografiando los leones marinos fue memorable.

Aún recuerdo un pequeño restaurante en la orilla de la playa que ofrecía mariscos fresquecitos a muy bajo precio, visitamos el Acuario-Zoológico y en un arranque total de locura reté a la poderosa corriente del mar en la playa “Olas Altas”, ¡Vaya que ahí es difícil nadar!, ¡El mar es bravísimo!, por favor no lo intenten quienes se consideren nadadores débiles.

De regreso sólo teníamos el dinero justo para el pasaje, así que hicimos dieta rigurosa durante 18 horas que es la duración del trayecto entre Mazatlán y Chihuahua, eso sí, lo bailado nadie nunca nos lo logró quitar.

Segunda:

Mis amigos Ángel e Iván insistieron en ir a Mazatlán en un puente de tres días únicamente. Nunca olvidaré que a bordo de una “pulmonía” (típico y exclusivo vehículo de esa ciudad, mitad jeep, y mitad volkswagen techado, pero sin vidrio en las ventanas) recorrimos los monumentos y el centro histórico de esa ciudad, el faro, la casa de Lola Beltrán, el teatro Ángela Peralta y demás sitios relevantes.

El Bora-Bora, nos atrapó de inmediato, y fuimos incapaces de asistir a otro antro, en realidad lo que mucho contribuyó a esa decisión, es que ninguno de los tres fuma, y al ser el Bora-Bora, un lugar al aire libre, uno se siente en plena libertad de respirar sin convertirse en un fumador pasivo.

Descubrimos una fonda en donde a uno le sirven tortillas dulces con café, antes del desayuno, y uno de los meseros se acopló tan bien al relajo que traíamos que hasta nos recomendó lugares “non santos”, para divertirse con “chicas malas” en una forma un tanto “sucia”.

Tercera:

Fue un total y absoluto despapaye, mi amigo Gilberto no sabía que hacer con sus días de vacaciones, así que le sugerí que se fuera a Mazatlán, él es muy tímido y me dijo que solo no se atrevía, así que en menos de lo que canta un gallo mudo, le dije que lo acompañaba, estábamos haciendo planes cuando Campitos inesperadamente dijo que él también iba, pronto el hermano de Gil, también se animó.

Nuestra buena suerte se vio coronada por el hecho de que nuestro amigo Bernardino, nos prestó su condominio en el Solymar, así que sólo pagamos la estancia, una verdadera bagatela, $ 700.00 (Setecientos pesos por una semana), ¡Vaya ganga!

Llegamos primeramente Gilito y yo a Mazatlán, de inmediato nos fuimos a comprar víveres y bebidas, bueno, más bien puras bebidas etílicas, para la noche estábamos tan ebrios, que nos fuimos… a seguir bebiendo a un bar en donde hacen cerveza de frutas, a mí a esas alturas de la noche me sabía lo mismo la cerveza de durazno que cualquier otra, ya no distinguía los sabores.

Dos meseros trabaron amistad inmediata con nosotros y al término de su turno nos llevaron a recorrer los lugares más “tenebrosos” en las afueras de la ciudad, lupanares en donde las “chicas traviesas y del tacón dorado” abundan, en esos parajes se respira el aroma del sexo barato, y como la carne es débil, y Gil y yo más…

Serían las tres de la mañana cuando llegamos al Fandangos, ese lugar es famoso porque es el último en cerrar, y ahí llega toda la fauna procedente de cualquier otro lugar, ni tardo ni perezoso me lancé a la pista a bailar solo, en eso se acercó Catherine, una chica canadiense, que de todo lo que me decía en inglés sólo recuerdo que quería que le tradujera “La vida es un carnaval”, no sé que tantas barbaridades le diría, porque en cuanto yo abría la boca ella sólo reía, y reía. Perdí completamente la memoria, y la recuperé a las nueve de la mañana en la playa, ahí yacíamos Catherine y yo completamente mojados, recostados uno al lado de otro, cara a cara, recuerdo solamente sus bellos ojos azules… La llevé a su hotel y nos despedimos con un beso al principio tan tímido y al final tan bestial que los guardias de seguridad se soltaron riendo.

Eran las diez de la mañana cuando me acosté a dormir, ni siquiera me dí cuenta cuando Gil y su hermano se fueron al Acuario, o cuando Campitos llegó al hotel, desperté a las doce del mediodía, en mi celular tenía diez llamadas perdidas que no recuerdo haber escuchado, y eso que el teléfono móvil lo tenía casi en las orejas.

Esa noche nos fuimos al Ramsés, el mejor encueradero de la ciudad, gritábamos a pleno pulmón ¡Sexo, sexo, sexo!, llamamos tanto la atención que una bella bailarina me invitó a subir al escenario a danzar con ella, apenas lo hice, cinco pares de manos comenzaron a manosearme como si yo fuera un buffet de manjares marinos, entre ella y sus compañeras se despacharon con la cuchara grande, ¡Ilusas!, si pensaron que con ello me iban a intimidar, se equivocaron rotundamente, moví tan eróticamente mi cuerpo que los guardias me gritaban que me bajara, los ignoré olímpicamente y una de aquellas hermosas vampiresas los calmó explicándoles que por petición de ellas mismas es que yo estaba ahí contoneándome al ritmo de la música electrónica, para finalizar mi actuación me arrojé de pechito sobre los brazos que mis amigos extendían al cielo, fue un aterrizaje un tanto forzoso, pero lleno de adrenalina.

Esa noche Campitos tuvo ahí su primer privado ¡Yuuú!…

Las noches siguientes, en nada se diferenciaron de esas dos primeras.

El regreso fue una total catástrofe, atravesar el Espinazo del Diablo, (la sierra que divide los estados de Sinaloa y Durango), alteró mi estómago, y estuve a punto de vomitar en medio del camión, afortunadamente el chofer tuvo a bien detenerse en una pequeña fonda, y una señora de la montaña, al ver mi semblante amarillo me recetó una mezcla de agua mineral, limón, una pastilla y no sé que más, remedio que sirvió para asentar mi barriga y aliviar definitivamente “el mal del turista adolescente en Mazatlán”, ni hablar, el que sabe, sabe.

Cuarta:

El año pasado, el desgraciado de mi jefe me avisó el jueves, que me iba a dar de descanso solamente la mitad del día viernes de semana santa, como loco me dediqué a marcarle a mis amigos para saber si alguno iba a salir de Chihuahua, Angie, me dijo que ella ya estaba en Mazatlán que allá la alcanzara.

Hice mi maleta en menos de cinco minutos y logré llegar el sábado a las dos de la mañana, de ahí me fui directo al malecón, Angie no contestaba el teléfono, porque estaba en medio de una fiesta, seguí caminando rumbo a la zona hotelera y me encontré casualmente a mi amigo Abelardo, él iba saliendo de un antro en donde trabajaba como animador, así que juntos recorrimos esa noche Mazatlán, y nos fuimos en la mañana a su departamento donde dormí una hora y me bañé, acto seguido me fui a desayunar con Angie y sus amigos.

Compramos cerveza y nos fuimos a la playa debajo del Joe´s Oyster, famoso lugar donde se reúne la juventud a tomar cerveza y a disfrutar de los concursos de playeras mojadas, mis amigos se subieron al bar aprovechando que no cobraban la entrada y yo me quedé tirando desmadre con unas gringas, total que cuando quise subir al antrucho me negaron la entrada por exhibicionista, ¿Desinhibido yo?, ¡Bah!, si ni siquiera me bajé las bermudas ni mostré mis “joyas”…

Al grito de: “Me han corrido de mejores lugares y de peores formas”, me fui a la clásica barda del hotel Sábalo, donde me acoplé con un grupo de chavos de Monterrey que se encontraban libando extracto de cebada, en eso recibí una llamada en el celular, era Angie:

- ¿Qué no piensas venir con nosotros?

- ¡Voy para allá!

Me dirigí al hotel lo más rápido que pude y por más que tocaba nadie me abría la puerta, le marqué nuevamente a Angie y le dije:

- ¡Hey!, ¡Abran la puerta móndrigos!

- ¡Ay, René!, ¿Cómo andas?, ¡No quedamos que íbamos a ir al concierto de Gloria Trevi!

- ¡En la madre, voy para allá!

Lo había olvidado por completo, así como andaba en huaraches y bermudas me lancé en una pulmonía al concierto, el cual estuvo de lujo, Evaristo gritó:

- ¡Arriba Chihuahua!

- ¡Cállate güey!, ¡Nos van a sacar de aquí!, ¡Acuérdate que ella estuvo allá presa! –le espetó Diego.

De ahí nos fuimos al Bora-Bora, a la barra libre, (los que saben aconsejan que en las barras libres uno debe de tomar sólo cerveza), nos hartamos de ahí a las dos de la mañana y nos fuimos al Joe´s Oyster, donde me ví bailando solo a todo lo que daba (los que me conocen saben que al bailar me expreso mucho, quizá demasiado), porque de repente cinco chavos muy lindos, jovencitos y vestidos a la última moda me hicieron rueda, me aplaudían efusivamente cualquier movimiento erótico de cadera que se me ocurría y brindaban conmigo a la menor oportunidad, yo pensé (Caray, aquí si saben reconocer la calidad de la melcocha), lo extraño fue que luego comenzaron a moverse con poses, ademanes y gestos sumamente provocativos y sensuales formando un trenecito y nalgueándose el trasero rítmicamente unos a otros; ofreciéndome sus “encantos” me invitaron a hacer lo mismo, así que como sentí sed de otra cerveza, les sonreí (con la más tolerante e indulgente de mis sonrisas), hice el signo de amor y paz con mi mano derecha, y les dije adiós educadamente, (no se puede ser grosero con quien se identifica aunque sea un minuto como mi fan) me alejé de ahí con un paso firme, seguro, pero lento a buscar a mis amigos los cuales se agarraban la panza de risa, porque habían presenciado todo el espectáculo.

A las cinco de la mañana, llegamos a dormir al hotel, dormí tres horas y me fui a asolear a la playa, el placer me duró solamente dos horas, porque tenía que salir disparado a la central camionera para llegar el lunes a Chihuahua.

Mención aparte merece el episodio de Angie y el Narco.

La cosa estuvo así:

Un hombre que derrochaba riqueza hasta por los poros, se acercó atraído por la belleza de Angie, su aspecto era el de un narcotraficante, lleno de cadenas, anillos, esclavas, etc. Decidido a captar la atención de una chihuahuense a como diera lugar, ordenó que una banda sinaloense comenzara a tocar las melodías que él pedía, en un arranque de ostentosidad le dijo a uno de los meseros de esa playa que quería comprar una palapa para él solo porque el sol lo estaba molestando mucho, se sacó unos dólares de la cartera (la cual estaba bien atiborrada) y ahí mismo la pagó en efectivo, emocionado le dijo a mi amiga:

- ¡Güerita, te voy a dedicar una canción!

Angie se acomodó apropiadamente para escuchar la romántica melodía, y el tipo le gritó a la banda:

- ¡Toquen el corrido de Simón Blanco!

La carcajada general no se hizo esperar, y la pobre de Angie aún no salía de su asombro cuando el fulano le dijo:

- ¡Güerita, te regalo la palapa para que te la lleves a Chihuahua!

Acto seguido, el hombre se despidió y se fue.

¿Quihubo?, ¡Esos son hombres seductores, no fregaderas!

Quinta:

Desde meses anteriores Evaristo se encargó de hacer las reservaciones a su nombre, al ser el titular debía hacer el pago directamente en el hotel.

El miércoles en la tarde me dirigía a la central camionera para abordar el autobús que me llevaría a Mazatlán, a cinco minutos de llegar recibí un telefonema de Angie:

- Amigo, Evaristo se encuentra detenido en Cd. Juárez, lo acusan de traer una troca robada, no va a ir al viaje, y yo tampoco, porque no conozco a las otras personas que van a compartir la habitación con nosotros, vamos ni siquiera sé sus nombres.

Me quedé helado, no esperaba algo así, llegúe a la terminal y tomé la resolución de que no me iba a quedar por ningún motivo en Chihuahua, así que compré mi boleto a la Cd. de Durango, si Evaristo salía de su detención, ahí lo esperaría, si no, pues me dedicaría a visitar por segunda ocasión la tierra de los alacranes, ¡No me iba a dejar vencer tan fácilmente por la sombra del pesimismo!

Abordé el camión y mi asiento se encontraba ocupado por una chica muy guapa:

- Disculpe mi asiento es el número cinco – le dije.

- ¡Qué raro, el mío también! –me contestó.

Fui directamente con el chofer y le conté lo sucedido, le expliqué que no había ningún problema si yo ocupaba otro lugar, pero como el autobús se encontraba lleno, había que buscar otra solución.

Resultó que la chica en cuestión, efectivamente tenía el mismo número de asiento que yo, pero su viaje era hasta dentro de dos horas, muy vivamente se posesionó del lugar con la esperanza que no le reclamara nadie, así que mi reina preciosa con mucha vergüenza pero vas para abajo.

¡No era momento para que las fuerzas del mal siguieran en su vano intento de hacerme desistir de viajar!

Llegué a Durango, y Angie me comentó que Evaristo acababa de salir de su problema, así que sí viajaría, intenté comprar un boleto a Mazatlán, pero algo extraño seguía flotando en el ambiente porque no se me permitió sino dejar esa ciudad hasta dentro de seis horas más.

Mi pasión por viajar me llevó a tomarlo con calma y ya en estado de alerta total, en cuanto llegué a la tierra de los venados, lo primero que hice fue comprar el boleto de regreso, ¡Oh, terrible sorpresa!, ya no había cupo, si quería viajar a Chihuahua, tendría que hacerlo conectando con Durango o Torreón, y eso a las doce de la noche del sábado; ni hablar el ente de la mala suerte seguía presente, adquirí mi boleto y ahí mismo mandé al diablo la tristeza, le dije a la obscura fuerza que me acompañaba, que nadie ni nada me iba a evitar disfrutar este viaje, así que con furia me propuse disfrutar cada segundo en esa bendita tierra.

En el baño de la central, llevé a cabo mi tradicional acto de travestirme (huaraches, bermudas, lentes negros), y me fui directo caminando a la playa con todo y maleta, (mi amigo aún no llegaba y desconocía la habitación que ya ocupaban las otras personas), pero eso sí mi determinación de gozar del mar estaba en su clímax.

Descubrí el “Tecate Zone”, una área de la playa en donde se había instalado un escenario donde tocaban diversos grupos musicales, era un evento diario y gratuito, desde las once de la mañana hasta las ocho de la noche, el objetivo era que los asistentes al sentir sed compraran cerveza tecate, así que en un santiamén di cuenta de las primeras seis cervezas, mientras escuchaba una banda sinaloense, la cual no dejó de tocar hasta las nueve de la noche.

Envalentonado, me dije que si mi amigo no llegaba, pasaría la noche a la intemperie en la playa, en eso estaba cuando escuché unos tambores que resonaba con singular alegría, era un grupo de seis chicos de Guadalajara que tocaban samba brasileña, sin dudarlo siquiera me metí al evento privado en un hotel y me dediqué a bailar de lo lindo.

La samba para mí es un ritmo que me permite expresarme y desahogar mis penas, creo que al verme tan alegre la mala fortuna por fin decidió darse por vencida y buscar a otro turista menos tenaz que yo.

Eran las once de la noche cuando al fin llegó Evaristo a Mazatlán así que nos fuimos directo al hotel a tomar un baño y ahora sí la noche era toda nuestra, nos fuimos al Joe´s Oyster que estaba lleno a reventar, inmediatamente me acoplé a Lucero y bailamos pegaditos, al ritmo de: “Pásame la botella, quiero brindar en nombre de ella”, salimos de ahí como a las cuatro de la mañana, yo dormí en la terraza del décimo piso al aire libre, apenas despuntó el sol a las siete de la mañana y yo ya estaba dándome un baño de bloqueador solar para irme a tirar en la playa cual lagartija de sangre fría en frenética búsqueda del astro rey.

El desayuno fue gratificante y de inmediato nos lanzamos a pasear en banana, nadar a mi antojo en el Océano Pacífico y de nuevo al “Tecate Zone”, desconozco el número de licuados de cebada que ingerí, lo que sí recuerdo es que comenzamos a revolver tecate, modelo, vodka, total que a las cinco de la tarde difícilmente sabía que estaba tomando, éramos tres chavos, y una chava, a un lado de nosotros se encontraban un chicos de Culiacán, igual de desastrosos que nosotros, inmediatamente se acoplaron a hacer la típica rueda y a bailar cachondón con Liz.

Como era una sola chica para ocho chavos la pobre no se daba abasto, así que en una de esas ¡Zas!, que comienzan a bailar entre ellos muy apretaditos, a mí me dio un ataque de risa, mis carcajadas eran tan sonoras y estúpidas que podrían llamar la atención hasta de un sordo, en una de esas yo bailaba con Liz y comenzaron a gritar: ¡Abajo, abajo, abajo!, así que comencé a descender lentamente cuando sentí un contacto extraño en la parte baja de mi espalda, giré rápidamente y tenía pegado a uno de los chavos de Culiacán, me enderecé de inmediato en medio de la burla general, mis amigos captaron el dato y nos retiramos de ahí.

¡Tanto tiempo de cuidar mi preciado tesoro para perderlo en una borrachera con un culiche no se me hace justo!

Decidimos volver al hotel, pero al pasar por una playa había una tocada de rock, automáticamente y sin advertirlo me quedé ahí a brincar, sin pensarlo mucho me lancé al “slam”, de inmediato fui botado contra el escenario, me puse de pie como pude y procedí a quitarme los lentes y huaraches, una vez hecho esto me arrojé de nuevo a la carga, tan prendido estaba el ambiente que nos arrojaban cerveza y chorros de agua, pero aquello seguía pareciendo un choque constante de ferrocarriles.

El concierto terminó, y comencé a platicar con unos chavos que eran de Torreón, los cuales me invitaron a seguir tomando cerveza en la playa, cosa que no dudé mucho en aceptar, la velada rockera se prolongó hasta las cinco de la mañana, momento en que decidí sabiamente llegar al hotel para dormir tres horas.

Agradecimiento especial a Jorge y Alberto por una noche disparatada y llena de tonterías que nos hicieron reír horas y horas, espero verlos nuevamente en otro concierto de rock en la ciudad de los grandes esfuerzos, Torreón, Coahuila. ¡Ya quedamos, no me fallen!

Me desperté y recibí una llamada en mi celular de Saúl y Martín, mis amigos de Guadalajara, los cuales se encontraban en Acaponeta, Nayarit, me propusieron que fuera hasta allá o que ellos podrían ir a Mazatlán pero el tiempo de mi estancia se acercaba a su fin, eso sí, les prometí que el año entrante en Semana Santa no se van a librar de mi presencia y los amenacé con ir ya sea a las playas nayaritas o a Puerto Vallarta, Jalisco.

Me fui a comer al Gringo Lingo, un restaurante-bar que por $ 115.00 (ciento quince pesos), te sirve a la carta todo lo que puedas comer en seis horas, así que comencé con una crema de sopa de camarón, le seguí con una campechana, un pescado a la veracruzana, unos camarones al coco, un fetuccini con mariscos y cerré con otra crema de sopa de camarón. Simple y sencillamente todo estuvo delicioso y de lo mejor.

Apenas tuve tiempo de comprar los clásicos recuerditos para mis compañeros de trabajo y para mis amigos en el Museo de la Concha, y ya estaba corriendo rumbo a la central camionera.

El viaje de regreso fue relajante, dormí más de catorce horas, y repuse mi estado físico y mental.

A pesar de lo apresurado del viaje, éste fue maravilloso, no me arrepiento de nada y por supuesto quiero volver a repetirlo.

Quizá la playa y el mar de Mazatlán no sean los más bellos de este país, pero son los amables, amistosos, serviciales y alegres nativos de esa ciudad lo que me hace regresar una y otra vez a esa tierra, y como diría José Alfredo Jiménez:

“Yo soy fuereño, nací de aquí muy lejos, y sin embargo les digo en mi cantar, que tienen todos ustedes un orgullo, el gran orgullo de ser de Mazatlán”.


NaCl-U-2


Remo.

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