07 abril 2006

Del Brutus o Chéster a Tina.

Desde que era pequeño siempre soñé con tener una mascota, en especial un perro, ningún otro animal me gusta tanto, (conste que ya de grande supe que mi signo zodiacal en el horóscopo chino es el perro).

Mi madre siempre se negó a permitirnos tener un mastín en casa, decía que huelen muy mal y que dejan pelos por todos lados.

El tiempo pasó y a mediados del año 2003 ocurrió lo siguiente:Una mañana mientras mi hermano Pedro y yo nos alistábamos para irnos a trabajar, salió de la casa y al momento de abrir la puerta un pequeño cachorro entró.

- ¡Qué bonito!, ¡¡Mamá, ven a ver se metió un perrito a la casa!!

Mi mamá desde la sala contestó automáticamente:

- ¡Sácalo!

Era demasiado tarde, mi hermana Flor al verlo se encariñó con él de inmediato:

- ¡Mira mamá, está bien hermoso!

Movida por la curiosidad mi madre se asomó a la cocina y lo que vio le gustó bastante:

- ¡Es un perrito fino!, ¡Se ve a leguas!

- Bueno, -dije yo. – Nos vamos Pedro y yo al trabajo, no se encariñen mucho con el chucho, de seguro se le extravió a alguien y pronto lo van a andar buscando.

Esa tarde le propuse a mi hermana Flor que lo sacara a pasear con una cadena, con el objetivo de que si alguien lo reclamaba lo entregara de inmediato.

Pasaron dos semanas y nadie dio muestras de ser el dueño del can, lo llevaban a pasear al parque, a la tienda, a dar vueltas a la cuadra. Por todo el fraccionamiento se corrió la voz de un perrito extraviado, pero nunca nadie lo reconoció, así que mi hermana decidió bautizarlo:

- ¿Cómo le vamos a poner a este cachorro?

- ¡Brutus! –contesté de inmediato.

- ¡No!, ese es un nombre muy feo, le vamos a poner Chéster. -dijo mi hermana.

- ¡Guácala!, pues me vale, yo le voy a decir Brutus por el resto de su vida.

- ¡Mira mamá!, ¡René que grosero! – Se quejó mi hermana.

- ¡Ay turrón de crema!, ¡Qué delicadita! –Dije yo.

Desde ese momento yo siempre lo llamaba:

- Brutus, ven Brutus. –y el perrito venía corriendo.

- No es Brutus es Chéster. –replicaba mi hermana.

Aconsejé a mis sobrinos de que lo llamaran Brutus en presencia de mi hermana, -bueno está bien, los soborné con unas paletas- y así fue como comenzó a ganar más aceptación ese nombre sobre el de Chéster.

Mi hermano Pedro por hacer enojar a Flor siempre le decía Brutus en su presencia, aunque en la mía lo llamaba por Chéster.

El Brutus llevaba vida de rey, le compramos sus croquetas, su champú, su jabón, su cadena nueva, su identificación junto con su collarín, sus latas de carne, lo llevamos a una estética canina donde le realizaron corte de pelo y de uñas también lo llevamos al veterinario donde nos confirmaron que era un cachorro de la raza cocker spaniel bastante puro, sin muchas mezclas. Total que estábamos muy encariñados con él.

Una tarde salí de la casa y Brutus salió corriendo, le grité a mi hermana:

- ¡Flor!, ¡El Brutus salió corriendo rumbo a la tienda!

Mi hermana salió tras de él y le gritó:

- ¡Brutus, Brutus!, digo... ¡Chéster, Chéster!

Y el perrito volvió, lo que no regresó fue la tranquilidad para mi hermana, porque desde entonces se convirtió en burla el hecho de que hubiera llamado a Brutus por su nombre, siendo que ella le decía Chéster.

Por el fraccionamiento circulaba una pareja muy dispar, era una perrita también cocker spaniel, a quien yo le decía la hermanita del Brutus y un perro pastor alemán ya algo viejo, siempre andaban juntos y cuando pasaban por la casa les arrojábamos unas croquetas y dejábamos salir al Brutus para que jugara un poco con sus congéneres, los cuales al ser perros callejeros, gruñían de manera amenazante cuando El Brutus se acercaba. Así que mejor decidimos suspender esos encuentros.

Brutus era un perro consentidísimo, algunas veces yo salía a dar la vuelta en mi auto y lo subía, se estaba quietecito en el asiento de atrás y todo quería ir viendo, cuando se aproximaba a la ventana sacaba la lengua y le daba desesperación sentir el viento en el hocico, por lo que sólo acertaba a seguir sacando la lengua con la consiguiente resequedad en la misma.

Un sábado sobrevino la desgracia.

Mi hermana Flor se encontraba lavando su ropa, cuando entró a la cocina y vio que su Chéster estaba en la puerta, le abrió para que saliera un rato a correr por la calle. Entró a cambiar el ciclo de la secadora de ropa y escuchó unos ladridos provenientes de afuera, rápidamente salió y alcanzó a ver un hombre que tomaba al Brutus en brazos al tiempo que arrancaba en su camioneta.

Nunca volvimos a saber del Brutus, lo buscamos por todos lados pero era obvio que se lo habían robado.

Mi hermana prefirió esa noche dormir en la planta baja y no en su recámara para poder llorar toda la noche sin que nadie se diera cuenta.

Todos estábamos desolados, jamás nos imaginamos lo que representaba para nuestra familia esa mascota. Mis sobrinos cuando nos visitaban a menudo preguntaban:

- ¿Y Butus? -como eran muy pequeños no podían pronunciar la “r”.

No quedaba otra más que decirles que se había ido y que ya no iba a volver nunca.

Pasaron dos meses y ni una señal de Brutus, en mi casa parecía que estábamos de luto, nadie hablaba de mascotas.

De vez en cuando pasaba la pareja de perritos callejeros y mi hermana les seguía arrojando las croquetas que El Brutus ya no pudo disfrutar.

Los mastines callejeros decidieron quedarse a vivir cerca de nuestra casa y cuando mi madre salía a hacer sus compras en una tienda cercana la acompañaban a prudente distancia, cierta vez (dice mi mamá), pasó un motociclista, el pastor alemán se le fue encima y lo mordió en una pierna, el hombre se enfureció y gritó que iba a matar a ese par de chuchos.

Una semana después, el pastor alemán ya no pasaba por la casa, sólo la perrita cocker spaniel, supusimos que aquél hombre había cumplido su promesa de matar al can.

El 5 de Febrero de 2004, estaba lloviendo en la ciudad, se encontraban en mi casa mi cuñado Raúl y mi hermana Priscila, en dado momento abrieron la puerta hacia la calle y vieron a la perrita cocker spaniel temblando de frío, toda mojada. Casi de inmediato mi hermana le propuso a mi mamá que la adoptáramos.

Mi madre al principio se negaba diciendo que iba a pasar exactamente lo mismo que con Brutus, pero después de pensarlo concienzudamente durante unos cinco minutos, permitió que entrara a la casa la perrita, que inmediatamente fue bautizada como Tina.

Fue una decisión correcta, desde ese momento La Tina se ha convertido en la compañera inseparable de mi madre, es muy cariñosa y ante cualquier ruido en la puerta de mi casa comienza a ladrar con fuerza avisándonos de la presencia de extraños.

Nuevamente y sólo para hacer enojar a mi hermana le digo:

- ¡Agustina!, ven, toma este hueso. –y Tina se acerca a comer. – O de repente me agarro cantando, La Tina Cantina, una canción que le compuse con letra original mía que dice: “¡Qué linda es mi Tina!, ¡Preciosa mi Tina!, ¡Suavecita y abrazable!, ¡Qué hermosa es mi Tina, Tina, Tina, Cantina! Ya se imaginarán que es a ritmo de la cumbia: “¡Qué lindo es tu cucu!”.

Como siempre, después de desplegar mis dotes como compositor y cantante obtengo por respuesta el gesto de molestia de mi hermana y la desaprobación general del resto de la familia, pero también consigo la alegría de La Tina que alegremente mueve la cola para un lado y otro, mientras salta al compás de mi tropi-ritmo.

Tina, se ha convertido en un miembro más de la familia, cuando se dan las nueve de la noche, se queda atenta en la puerta de la casa esperando que estacione mi carro, inmediatamente después que lo hago, comienza a emitir unos ruidos que no son ladridos, son como una especie de quejidos y en cuanto entro a la casa se me va encima, ya sabe caminar dando saltitos en sus dos patas posteriores, al tiempo que mueve la cabeza y la cola.

Sabe perfectamente que en cuanto llego, sin importarme que le hayan dado de comer o no, abro invariablemente el refrigerador y le doy una rebanada de jamón -en trocitos- para que le rinda más.

Casi siempre mi ritual consiste en subir a mi cuarto dejar mi mochila y después bajo a ver la televisión, la mayoría de las veces me recuesto sobre el sillón y Tinita sube en un pequeño espacio que le dejo entre mis piernas.

Esa es una costumbre que no le gusta a mi familia, porque mi hermana y mi madre siempre se quejan de que están acostumbrando a Tina a que no se suba a los sillones debido al pelo que desprende, y que yo no coopero en nada, sino que le consiento todo, y hago de cuenta que las reglas aplicables a La Tina quedan sin vigencia cuando yo estoy presente en la casa.

Tiene por costumbre olerme la cara, me imagino que quiere adivinar que fue lo que comí, y luego restregarse por todo mi pecho y mis piernas, como si quisiera impregnarme de su olor. En ocasiones me duermo unos quince minutos mientras pasa el noticiero, y La Tina hace lo propio recostada sobre mi pecho.

Todas las mañanas que salgo hacia el trabajo, ya está lista para salir a la calle, eso no nos preocupa, la he observado que sale, marca su territorio, da vueltas por la cuadra y siempre regresa, anuncia su llegada arañando la puerta para que mi madre le abra, porque como dice mi hermana:

- Ella fue una niña de la calle y de ninguna forma le gustaría volver a ella.

A últimas fechas hemos ensayado un vals, y ya hasta da vuelta en dos patas tomadas de mi mano, después de lo cual la premio con una galleta dulce, o con unas zucaritas, aunque nada hay que le agrade más que saborear un hueso de pollo, roerlo, quebrarlo y tragarlo. Con los huesos grandes no se atreve, los lame y los entierra en el patio. El citado vals, les llama mucho la atención a mis sobrinos, y de inmediato quieren ellos también hacer bailar a Tina, pero no lo consiento.

Los días que estuve fuera de casa o cuando me tardo algún tiempo en regresar, me dice mi hermana que La Tina está pendiente de la puerta cuando se dan las nueve de la noche, y se pone a aullar si es que no llego.

Cada día que pasa Tinita nos sorprende con nuevas gracias, ya se viene arrastrándose por toda la cocina con el pecho pegadito al piso, o adopta una posición “esfinge” (como la hemos llamado) porque nos recuerda a la esfinge de Gizeh en Egipto, o se sube al segundo escalón que lleva a mi recámara y desde ahí salta a mi encuentro, pero ninguna tan sorprendente como la que adoptó una vez en el sillón y literalmente se sentó sobre sus cuartos traseros como si fuera un niño. Creo que Tina, cada vez se siente más humana.

Me dicen los que saben que cada año humano equivale a siete en un perro, de ser esto cierto La Tina ya tiene unos 21 años, y considero que ya está en edad de que conozca un macho para que perpetúe su especie. La mera mención del hecho hace que mi madre y mi hermana digan rotundamente que no, pero es ley de vida que un ser vivo se reproduzca. Ellas argumentan que al ser Tina una hembra callejera no sabría como actuar cuando el momento del parto se aproxime, o que sufriría mucho, yo lo único que les contesto es que como un animal que es, el instinto natural le dirá qué hacer.

Nunca me imaginé que llegara a sentir tanto cariño por un animal, o que un animal se alegrara tanto al verme llegar cansado del trabajo, para mí ha sido una experiencia nueva y diferente, porque El Brutus era muy apegado a mi hermana, pero en cambio La Tina, lo es mucho más a mí.


NaCl-U-2


Remo.

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