05 abril 2006

El Mar.

Dicen los que saben que la vida en la tierra proviene del mar, cuando estoy frente a él me provoca una especie de regresión, como si quisiera volver a casa.

Tenía 10 años cuando mi madre y mi abuelo materno me llevaron a Tampico, Tamaulipas a conocer el mar. Todo el camino me mostré impaciente, ese día el sol brillaba con bastante fuerza y mis ansias crecían por saber como era, mi madre muy seria me advirtió:

- No vayas a beber agua salada, se te puede descomponer el gusto.

Apenas lo vi, salí corriendo a su encuentro, y a pesar del consejo recibido, toqué suavemente con mi dedo índice derecho la superficie del mar y me lo llevé a la boca.

- ¡Puaj!, ¡Es asqueroso!, - Me dije a mi mismo, pues nadie debía saber lo que acababa de hacer.

Ahora ya sabía como era totalmente, lo había visto, lo había oído, lo había olido, lo había probado y lo había tocado.

Como en ese tiempo era un nadador débil no me fue autorizado nadar, sólo caminar y recorrer la playa, sin meterme más allá de donde el agua rebasara mi tobillo.

A pesar de que fue un encuentro muy corto, (A lo mucho dos horas duró la visita), lo disfruté como si hubiera durado un día entero, rápido debíamos volver a la central camionera para tomar nuestro camión rumbo a Chihuahua.

¡Qué admiración sentía de niño por el súper héroe “Aquaman”!, eso de nadar por los siete mares y comunicarse mentalmente con los animales marinos me parecía fenomenal. Ello constituyó mi deseo primario de aprender a nadar cada vez mejor y desarrolló un gusto innato por las albercas, piletas, arroyos, lagos, presas, mares, ríos, y cualquier otro lugar que contenga la suficiente agua en donde pueda meterme (hasta un tambo o bañera me sirve).

Desde esa época me prometí visitar el mar cada vez que pudiera cuando fuera mayor.

Y es de esta manera es como he conocido el Golfo de México, el Océano Pacífico, el Mar Caribe y el Océano Atlántico.

Hay quienes gustan de ir a la playa a pasar un rato, a platicar con los amigos, a comer o a beber, sin embargo a mí lo que me atrae de ese gigante color azul es observar el ir y venir de las olas, mirar la formación de la espuma marina, escuchar como el agua rompe su ritmo en la arena, sentir como el cálido viento salobre sopla sobre mi faz, oír el lejano barullo que forman las gaviotas y percibir la fina arena bajo mis pies.

Es verdad si les digo que puedo durar horas presenciando su eterno vaivén, no me aburre ni cansa; al contrario me tranquiliza, me hipnotiza, me mira a la cara y me dice:

- ¡Ven!

En menos de lo que canta un gallo mudo, me lanzo en loca carrera a sortear las primeras olas, para después sumergirme en sus tibias aguas, y ahí puedo durar eternidades, ya nadando, ya flotando.

Cuando la piel de mis dedos se arruga hasta parecer la de un anciano, tomo un ligero descanso, salgo del mar, me asoleo un rato y después vuelvo a la carga.

Estando de frente al mar, mis ideas se evaporan y se van con la brisa marina, no pienso, sólo siento, sólo soy yo, experimento el adentrarme en un Imperio de sentidos.

Cerca del atardecer, alcanzo a percibir el inmenso poder que emana del palacio de Poseidón y de su corte de tritones y sirenas, seguro me ven, pero se saben a salvo de mi inoportuna presencia.

Espero con gran impaciencia visitarte nuevamente este año, y sé de antemano que la pasaremos bien.

P.D. Texto inspirado en las fotografías del blog de Ka! www.karolo.blogspot.com y en el mensaje por celular recibido el día de ayer de mi amiga Angie, quien amablemente me invita a pasar Semana Santa en Mazatlán, Sinaloa, invitación que por supuesto fui totalmente incapaz de rechazar.


NaCl-U-2


Remo.

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