31 marzo 2006

Dionaea Muscipula.


Ella nació allí por casualidad, germinó un buen día cerca de la tela de una araña en el pequeño espacio que le brindaban un rincón de cemento y el espeso tronco de un árbol.

Bajo el amparo total de la sombra que le ofrecía un viejo pino, asomó a la vida una pequeña ramita verde. Al emerger de la tierra pudo sentir en su tierna corteza, un tibio rayo de luz que la impulsaba a crecer.

Desde el momento en que su pequeña raíz comenzó a escarbar en la profundidad del subsuelo, comprendió que ella era diferente a todas las de su especie, razonaba por sí misma y tenía cierto grado de conciencia.

Rápidamente, comenzó a crecer, sentía mucha hambre, el agua que discretamente le robaba a su tolerante vecino no podía satisfacer su constante y voraz apetito, sentía una gran necesidad de seguir alimentándose, le urgía darse a conocer tal como era ella.

Entreabrió dos de sus pequeñas hojas que parecían pegadas una encima de la otra, expuso al viento un pequeño hueco rosado con un olor ligeramente desagradable y esperó pacientemente. Ella no sabía porqué actuaba así, sólo se dejaba guiar por el instinto que su especie le imponía.

En un breve momento una mosca se posó sobre aquella extraña carnosidad, el aroma a podrido la había llevado a ese sitio, la planta sin razonarlo y sin mayores miramientos, decidió encarcelar a la intrusa. Con un rápido movimiento cerró sus dos hojas lo más fuerte que pudo y comenzó a apretar y apretar a su presa.

Misteriosamente sus hojas empezaron a segregar un líquido extraño que lentamente corroyó la estructura del insecto, con las proteínas recién adquiridas, la pequeña planta carnívora se volvió aún más fuerte e inteligente.

En cuestión de días pudo comprender que las horas no eran siempre las mismas, aprendió a seleccionar las mejores presas y poco tiempo después descubrió que la luna giraba alrededor de la tierra mientras que ésta lo hacía orbitando al sol; no contenta con esto por sí misma estudiaba las constelaciones estelares por la noche, mientras que en el día mantenía entretenidas conversaciones con la araña, el pino y algunas rosas que habían nacido en esa parte del jardín.

El arácnido envidiaba un poco el sistema de cazar de la planta, pues siempre obtenía presas más jugosas que ella, nunca se lo dijo abiertamente, pero la astuta hierba lo intuía.

Un mes después aprendió a hablar en castellano, su detenida observación de las canciones que el jardinero de la elegante mansión a diario entonaba, le permitió descifrar el lenguaje de los humanos, desde ese momento decidió no llamarse a sí misma como las de su especie, le parecía demasiado vulgar decir que era una Venus Carnívora, prefirió cultamente adoptar el nombre en latín de las plantas que comen insectos.

Con cierto orgullo les decía a sus vecinos:

- Mi nombre es Dionaea Muscipula.

La viuda negra, cada vez guardaba mayor envidia en contra de aquella advenediza, mientras que el pino se entretenía seriamente con los razonamientos filosóficos que a diario profería Dionaea, las rosas por su parte jamás entendieron sus discursos, ellas se limitaban a admirar su propia belleza en la charca que se formaba con el riego matutino y a lo mucho le decían:

- Quizá sea cierto que eres muy inteligente, pero nuestra belleza es insuperable, jamás te podrás comparar con nosotras.

El rencoroso vegetal, detenidamente pensó en como vengar aquel insulto a su intelecto.

Cierto día la araña se quejó con ella:

- Tú siempre obtienes las mejores presas, deberías cerrar tus hojas y comer después que yo.

La hierba entreviendo la ira del insecto, contestó con esta brillante idea:

- Me parece, amiga artrópoda, que yo podría suministrarte una alimentación mucho mejor, se me ocurre que mientras alguna mosca grande quede atrapada entre mis hojas, tú saltes sobre ella y la devores, así te probaré que soy una buena vecina que desea vivir en paz y concordia.

La viuda negra quedó complacida con la propuesta. Al día siguiente, todas las hojas de la Mascipula se encontraban abiertas de par en par, de pronto un enorme chapulín quedó atrapado accidentalmente en una de ellas, rápidamente la planta le gritó a la araña:

- ¡Ahora amiga!, ¡Es tu oportunidad!

La araña sin dudarlo llena de gozo, saltó sobre el saltamontes, sólo para que a su vez, la Venus Carnívora los atrapara a ambos con el más letal y poderoso de sus abrazos.

La feliz y enorme digestión le duró días a Dionaea, al término de los cuales presumía ante el pino que se había deshecho de una vecina incómoda que por obra de la casualidad la había proveído de una sustancia más potente, el veneno de la araña le había inyectado nueva vida, esas extrañas proteínas recién adquiridas, le habían producido en su interior un mortífero herbicida, que planeaba emplear contra las rosas.

¡Una guerra química se aproximaba!

El pino la reconvino diciéndole:

- Lo que has hecho contra la araña no tiene nombre, menos aún lo que deseas hacer contra las rosas, debes cuidar que tu inteligencia no te lleve por el camino de la soberbia, ¡Esa ruta sólo te llevará a tu propia destrucción!, ¡Abandona ahora el sendero de la traición, el rencor y la venganza!

- ¡Qué pérdida de tiempo la mía al escucharte!, ¿Sabes?, ¡Deberías por comenzar a admirar un poco mi gran inteligencia y genética superior!, ¡Eso es lo que me gano al conversar con razas inferiores!, ¡Calla, eres nadie, un cero a la izquierda al pretender aconsejarme! – repuso la planta henchida de un extraño complejo de superioridad y ebria de vanidad por su aplastante victoria.

Una semana después el jardinero se apresuró a cortar las rosas para hacer con ellas un elegante ramillete, la Venus Carnívora no pudo evitar reír a carcajadas al ver que sus odiadas enemigas, eran arrancadas del rosal y condenadas a perecer metidas en un florero:

- No era lo que yo tenía planeado, pero el verlas morir así me llena de alegría, desde hoy consideraré a ese hombre mi mejor amigo y aliado. – Dijo entre risas burlonas la planta.

Fue tal su jolgorio, su excitación y los aspavientos que realizó al agitar sus hojas y ramas, que inadvertidamente llamó la atención del jardinero, el cual exclamó:

- ¡Oh!, ¿Pero qué es esto?, ¡Que extraña hierba a nacido en este rincón!

La planta decidió entablar una conversación en ese instante con él, comenzando por agradecerle que indirectamente hubiera lavado su grave afrenta con las rosas…

Apenas había abierto todas sus hojas para gritarle con todas sus fuerzas al hombre que ella se consideraba su igual, cuando sólo se escuchó un sordo golpe: ¡Zas!

El jardinero había cortado de tajo con sus tijeras metálicas el tallo de lo que él consideraba una maleza.

Fin.


NaCl-U-2


Remo.

1 Comentarios:

Blogger estudiantedebachillerato dijo...

Un punto de vista literario, bravo.
Pues si os gusta esta planta en mi blog encontrareis mucha información sobre ella desde como puidarla a otros datos más desconocidos y curiosos.
http://dionaeamuscipula-venus.blogspot.com/

3:04 a.m.  

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