23 mayo 2006

El perdón.

¿De verdad cuándo pronunciamos esta palabra, lo hacemos sinceramente?, es difícil saberlo, sólo quien la dice lo puede afirmar o negar.

Cuando pides perdón: ¿De verdad crees merecerlo?

Una vez me tocó escuchar lo siguiente en plena Plaza de Armas:

- ¡Perdóname, tú eres muy buena! –le rogaba el tipo.

- ¡Lo que hiciste no tiene nombre!, ¡No te puedo perdonar! –decía la chica entre sollozos.

- ¡Ándale, perdóname!, ¡Tu eres muy buena y sé que me perdonarás! –insistía el fulano.

El muchacho siguió con su cantaleta, buscaba de cualquier forma que la chica lo perdonara, no porque quisiera seguir teniendo una relación afectiva con ella, de hecho eso ya se daba por descontado, más bien lo que él quería era alejarse de ahí con la frente en alto.

¡Qué forma de chantajear!

El buscar que a uno lo perdonen a la fuerza, a sabiendas de que hizo mal y que no lo merece, ¿Te hace sentir mejor en realidad?, ¿Crees que con eso ya le evitaste a tu alma encaminarse al lado obscuro?

Me levanté de la banca y me alejé de ahí, diciéndole mentalmente al chavo:

¡Recuerda!: El infierno y el paraíso están en nuestro cerebro y en nuestro corazón, y no es en otra vida sino en esta, donde a diario eliges donde prefieres estar.

Ignoro si al final de cuentas la muchacha lo perdonó, o si sólo le dijo que lo perdonaba para que se fuera de ahí y dejara de molestarla.

¿Y si tú fueras quien tiene que perdonar?

¿Lo harías de buena gana, o sólo por compromiso?

Una cosa es que sin querer alguien le dé un pequeño empujón a uno cuando camina por la calle, y que la persona se detenga y diga:

- Disculpe.

- No hay problema –contesta uno en la mayoría de las veces sin ánimo de guardar rencor, ni violentarse por lo que se considera una nadería; y otra muy diferente lo que le pasó a un amigo mío en plena calle Libertad:

Iba Héctor con una montaña de papeles esquivando a los transeúntes, cuando otro hombre casi a propósito lo vio venir, extendió las manos y lo chocó.

- ¡Perdón! –dijo el anónimo paseante.

A pesar de que Héctor comenzó a sangrar por la nariz, le contestó:

- No hay cuidado.

- ¡Perdóname!, ¡De verdad, que no te vi! –insistió el peatón, pues al ver la sangre que salía de la nariz de mi amigo y que apuradamente recogía los papeles de la calle, ya sentía que le mordía una pierna el perro de la conciencia.

- ¡No hay problema! –contestó Héctor en un tono más alto.

- En serio, en buena onda, lo siento –continúo de aferrado el caminante sin hacer nada, y sólo observando como Héctor acomodaba nuevamente los legajos.

- ¡De acuerdo!, ¡¡Estoy bien, puedes irte!! – Dijo Héctor casi gritando.

En realidad lo que mi amigo quería era que el otro tipo se alejara porque el coraje lo estaba invadiendo.

- ¡No sé que decirte!, ¡Discúlpame de veras! –insistió el chavalo sin moverse un ápice y permaneciendo de pie sólo contemplando la escena.

- ¡¡Mira hijo de puta!!, ¡¡¡Lárgate a la verga de aquí o te agarro a chingadazos!!!, ¿¿¿¿Qué no entiendes que ya te perdoné???? –fue la furiosa reacción de Héctor que se incorporó de un salto dispuesto a soltar el primer guamazo.

Ah, pero ahí no es donde termina la cosa, también hay quienes dicen:

- ¡Perdón!

- No te perdono.

- ¡Ah, bueno!, pues allá tú, que conste que yo te pedí perdón de buena gana.

¿Qué diablos es eso?

¿Crees que mereces el perdón automáticamente por el sólo hecho de pedirlo?

¿Se puede vivir tan campantemente aún si no te otorgan el perdón?

¿Quién es el agraviado o el agresor aquí, el que pide el perdón o el que lo niega?

Así está de insólito este mundo.

Sólo me resta decirles a todos aquellos que leyeron esto que si no les gustó o lo consideran una pérdida de tiempo:

¡Perdón!


NaCl-U-2


Remo.

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