El baño del Moyote.
El día que El Moyote me pretendió cobrar diez pesos por entrar al baño de su casa, mis peores sospechas se confirmaron.
Hugo Delgado, mejor conocido en ese pequeño pueblo como El Moyote, era un humilde agricultor, su pobreza radicaba más que nada (a decir de las lenguas viperinas) a su afición a las bebidas alcohólicas y a su escasa o nula disponibilidad para trabajar.
No, nadie quería entrar al baño de esa casa para realizar sus necesidades fisiológicas, era algo bien distinto a lo que uno se aventuraba al adentrarse en ese pequeño espacio.
Cuenta Doña Lourdes que la noche anterior El Moyote llegó bien servido a su casa, se introdujo a tropiezos al baño mientras le gritaba amenazante a su esposa que le sirviera un caldo caliente para la cena, tan ebrio se encontraba el hombre sobre la taza del baño que ensayando una pose de agresividad frente al vidrio que se ocultaba en la parte interior de la puerta se fue de frente y lo golpeó con sonoro puñetazo.
El Moyote observó su mano salpicada de gotas de sangre, e inmediatamente pensó en la revancha, iba a golpear nuevamente el cristal cuando una imposible visión lo detuvo.
Ahí entre las partes del vidrio estrellado una figura multicolor se adivinaba.
El Moyote quedó en éxtasis, se arrodilló de inmediato y comenzó a gritar:
- ¡Milagro!, ¡¡Milagro!!, ¡¡¡Milagro!!!
Tal era el escándalo que el hombre armó, que su vecino Don Chon, decidió entrar a la casa del Moyote, éste a empujones lo condujo hasta el sanitario y ahí: ¡Oh prodigio de prodigios!, Don Chon, un hombre medio ateo comenzó a santiguarse.
La noticia corrió en todo el pueblo como reguero de pólvora.
A las ocho de la mañana del día siguiente, los vecinos hacían fila para entrar a esa bendita casa.
Para las diez de la mañana El Moyote comenzó a cobrar un peso a quien deseara observar la divina aparición.
A las doce del mediodía, comenzaron a llegar personas de pueblos vecinos, quienes ciegos de fervor religioso traían consigo veladoras y flores para adornar el recinto.
Cuando salí de la escuela primaria a las dos de la tarde el alboroto general provocó mi curiosidad, a esa hora El Moyote cobraba ya cinco pesos por la entrada, y comenzaron a rumorar que asociado con Don Casimiro (el hombre más rico del pueblo), obligaba a su esposa a vender veladoras a la entrada de la casa no permitiendo además el acceso de ningún individuo que pretendiera introducir un cirio no vendido por ella.
A las cuatro de la tarde el lugar era un hervidero de gente, las veladoras encendidas tapizaban la entrada y el piso de la casa entera.
Fue a las seis de la tarde cuando el cura del pueblo alarmado se encaminó a la casa del Moyote, éste, ebrio ya de codicia le exigió al párroco el pago de diez pesos ante la desaprobación general de la multitud, justo al momento de negarse a pagar el sacerdote la infame cuota, un grito desgarrador alteró la serena tarde, la gente enloquecida salía en estampida de ahí.
Para las ocho de la noche la casa del Moyote se encontraba envuelta totalmente en llamas.
Cuenta Doña Lourdes que la sagrada imagen al escuchar el maltrato de que era objeto un siervo suyo y no soportando ya más la desmedida codicia de la que el Moyote comenzaba a presumir, realizó el milagro de quemar las cortinas del baño provocando un incendio de proporciones mayúsculas logrando reducir a cenizas aquel católico hogar.
Nadie movió un dedo por salvar la casa del Moyote.
Esa tarde a las cinco con cuarenta minutos, cuando El Moyote pretendió cobrarme diez pesos por entrar al baño de su casa, supe con certeza que ese ser era el Diablo, aunque sólo tres horas después constaté con mis ojos que en realidad se trataba de un pobre diablo.
NaCl-U-2
Remo.
Hugo Delgado, mejor conocido en ese pequeño pueblo como El Moyote, era un humilde agricultor, su pobreza radicaba más que nada (a decir de las lenguas viperinas) a su afición a las bebidas alcohólicas y a su escasa o nula disponibilidad para trabajar.
No, nadie quería entrar al baño de esa casa para realizar sus necesidades fisiológicas, era algo bien distinto a lo que uno se aventuraba al adentrarse en ese pequeño espacio.
Cuenta Doña Lourdes que la noche anterior El Moyote llegó bien servido a su casa, se introdujo a tropiezos al baño mientras le gritaba amenazante a su esposa que le sirviera un caldo caliente para la cena, tan ebrio se encontraba el hombre sobre la taza del baño que ensayando una pose de agresividad frente al vidrio que se ocultaba en la parte interior de la puerta se fue de frente y lo golpeó con sonoro puñetazo.
El Moyote observó su mano salpicada de gotas de sangre, e inmediatamente pensó en la revancha, iba a golpear nuevamente el cristal cuando una imposible visión lo detuvo.
Ahí entre las partes del vidrio estrellado una figura multicolor se adivinaba.
El Moyote quedó en éxtasis, se arrodilló de inmediato y comenzó a gritar:
- ¡Milagro!, ¡¡Milagro!!, ¡¡¡Milagro!!!
Tal era el escándalo que el hombre armó, que su vecino Don Chon, decidió entrar a la casa del Moyote, éste a empujones lo condujo hasta el sanitario y ahí: ¡Oh prodigio de prodigios!, Don Chon, un hombre medio ateo comenzó a santiguarse.
La noticia corrió en todo el pueblo como reguero de pólvora.
A las ocho de la mañana del día siguiente, los vecinos hacían fila para entrar a esa bendita casa.
Para las diez de la mañana El Moyote comenzó a cobrar un peso a quien deseara observar la divina aparición.
A las doce del mediodía, comenzaron a llegar personas de pueblos vecinos, quienes ciegos de fervor religioso traían consigo veladoras y flores para adornar el recinto.
Cuando salí de la escuela primaria a las dos de la tarde el alboroto general provocó mi curiosidad, a esa hora El Moyote cobraba ya cinco pesos por la entrada, y comenzaron a rumorar que asociado con Don Casimiro (el hombre más rico del pueblo), obligaba a su esposa a vender veladoras a la entrada de la casa no permitiendo además el acceso de ningún individuo que pretendiera introducir un cirio no vendido por ella.
A las cuatro de la tarde el lugar era un hervidero de gente, las veladoras encendidas tapizaban la entrada y el piso de la casa entera.
Fue a las seis de la tarde cuando el cura del pueblo alarmado se encaminó a la casa del Moyote, éste, ebrio ya de codicia le exigió al párroco el pago de diez pesos ante la desaprobación general de la multitud, justo al momento de negarse a pagar el sacerdote la infame cuota, un grito desgarrador alteró la serena tarde, la gente enloquecida salía en estampida de ahí.
Para las ocho de la noche la casa del Moyote se encontraba envuelta totalmente en llamas.
Cuenta Doña Lourdes que la sagrada imagen al escuchar el maltrato de que era objeto un siervo suyo y no soportando ya más la desmedida codicia de la que el Moyote comenzaba a presumir, realizó el milagro de quemar las cortinas del baño provocando un incendio de proporciones mayúsculas logrando reducir a cenizas aquel católico hogar.
Nadie movió un dedo por salvar la casa del Moyote.
Esa tarde a las cinco con cuarenta minutos, cuando El Moyote pretendió cobrarme diez pesos por entrar al baño de su casa, supe con certeza que ese ser era el Diablo, aunque sólo tres horas después constaté con mis ojos que en realidad se trataba de un pobre diablo.
NaCl-U-2
Remo.
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