El Coruco.
Era El Coruco un chavalito desnutrido que un buen día llegó a la casa de mi tío Pancho pidiéndole posada.
Para hacer gala de su honor cristiano, mis familiares de inmediato lo adoptaron como propio, no hubo pesquisas policíacas ni nunca nadie se tomó la molestia de investigar su pasado.
En una ocasión en que no se celebraba nada en especial, pero que la familia Morales se juntaba como cada sábado sólo para demostrar lo unido y pachanguero que somos, descubrí la verdadera naturaleza de ese niño.
Cuando se aproximaba la hora de la comida mi tío propuso que fuéramos a comprar unas sodas.
Coruco se ofreció de inmediato a realizar la tarea, lo acompañamos mi sobrino en segundo grado también conocido en el bajo mundo de la familia como “El Polen” y yo.
De regreso a la casa, Coruco caminaba con prisa, cualquiera diría que tenía una cita para recibir una herencia, no hacía caso a nuestras peticiones de que aminorara el paso y al doblar una esquina, distraídamente se le cayeron las botellas, rompiéndose una de ellas ante la burla de Polen y la mía.
Llegamos a la casa y al notar que faltaba un refresco mi prima preguntó:
- ¿Qué pasó, les faltó dinero?
- No, - repuso Polen- al Coruco se le cayeron y una se quebró.
- ¡Y era la mía!, - concluyó El Coruco con la voz medio quebrada.
Todos en la familia quedaron consternados, porque suponían que aquel ser se sentía tan pequeña cosa o que incluso tenía algún trastorno psicológico provocado por el maltrato de su antigua familia, que prefería quedarse sin tomar soda y echarse la culpa de lo ocurrido a exponerse a un regaño.
- ¡Pobrecito Coruco! – decía mi prima, y todos asintieron gravemente.
Como resultado enviaron a mi sobrina en segundo grado, Mary, para que le comprara otro refresco al malvado Coruco...
Sí, leyeron bien, escribí malvado.
Digo lo anterior porque al momento de comprar las sodas, pude notar perfectamente que el nivel no era el mismo en todas y que la que por desgracia se quebró era la que más llena se encontraba de todas, siendo ésta la que Coruco secretamente deseaba para sí.
Así que lo de “Pobrecito El Coruco” a mí no me lo pegaban, aquel era un ente ventajista y lleno de ambiciones.
Desde pequeño ese chamaco era casi tan malévolo y zórpilo como yo. Le dirigí una mirada al Coruco diciéndole telepáticamente: goza mientras puedas de la estima de la familia, que yo no voy a decir nada, pero tú y yo sabemos perfectamente que entre bueyes no hay cornadas.
Por supuesto nunca nadie se enteró de la doble intención de ese tipo y a la fecha goza de una reputación intachable dentro del círculo familiar.
Desde pequeño (y sin que nadie me lo enseñara), supe que cuando alguien alcanza el nivel de “pobrecito” o la compasión de la gente, es inútil convencer a las personas de lo contrario, salvo que desee uno que lo tachen de envidioso y lo crucifiquen mordazmente ante el aplauso general.
P. D. Coruco: Palabra no inventada por mí, al menos fonéticamente. Es utilizada en los pueblos pequeños del estado de Chihuahua para referirse a animalitos semejantes a los piojos, la escritura es en definitiva invento mío.
NaCl-U-2
Remo.
Para hacer gala de su honor cristiano, mis familiares de inmediato lo adoptaron como propio, no hubo pesquisas policíacas ni nunca nadie se tomó la molestia de investigar su pasado.
En una ocasión en que no se celebraba nada en especial, pero que la familia Morales se juntaba como cada sábado sólo para demostrar lo unido y pachanguero que somos, descubrí la verdadera naturaleza de ese niño.
Cuando se aproximaba la hora de la comida mi tío propuso que fuéramos a comprar unas sodas.
Coruco se ofreció de inmediato a realizar la tarea, lo acompañamos mi sobrino en segundo grado también conocido en el bajo mundo de la familia como “El Polen” y yo.
De regreso a la casa, Coruco caminaba con prisa, cualquiera diría que tenía una cita para recibir una herencia, no hacía caso a nuestras peticiones de que aminorara el paso y al doblar una esquina, distraídamente se le cayeron las botellas, rompiéndose una de ellas ante la burla de Polen y la mía.
Llegamos a la casa y al notar que faltaba un refresco mi prima preguntó:
- ¿Qué pasó, les faltó dinero?
- No, - repuso Polen- al Coruco se le cayeron y una se quebró.
- ¡Y era la mía!, - concluyó El Coruco con la voz medio quebrada.
Todos en la familia quedaron consternados, porque suponían que aquel ser se sentía tan pequeña cosa o que incluso tenía algún trastorno psicológico provocado por el maltrato de su antigua familia, que prefería quedarse sin tomar soda y echarse la culpa de lo ocurrido a exponerse a un regaño.
- ¡Pobrecito Coruco! – decía mi prima, y todos asintieron gravemente.
Como resultado enviaron a mi sobrina en segundo grado, Mary, para que le comprara otro refresco al malvado Coruco...
Sí, leyeron bien, escribí malvado.
Digo lo anterior porque al momento de comprar las sodas, pude notar perfectamente que el nivel no era el mismo en todas y que la que por desgracia se quebró era la que más llena se encontraba de todas, siendo ésta la que Coruco secretamente deseaba para sí.
Así que lo de “Pobrecito El Coruco” a mí no me lo pegaban, aquel era un ente ventajista y lleno de ambiciones.
Desde pequeño ese chamaco era casi tan malévolo y zórpilo como yo. Le dirigí una mirada al Coruco diciéndole telepáticamente: goza mientras puedas de la estima de la familia, que yo no voy a decir nada, pero tú y yo sabemos perfectamente que entre bueyes no hay cornadas.
Por supuesto nunca nadie se enteró de la doble intención de ese tipo y a la fecha goza de una reputación intachable dentro del círculo familiar.
Desde pequeño (y sin que nadie me lo enseñara), supe que cuando alguien alcanza el nivel de “pobrecito” o la compasión de la gente, es inútil convencer a las personas de lo contrario, salvo que desee uno que lo tachen de envidioso y lo crucifiquen mordazmente ante el aplauso general.
P. D. Coruco: Palabra no inventada por mí, al menos fonéticamente. Es utilizada en los pueblos pequeños del estado de Chihuahua para referirse a animalitos semejantes a los piojos, la escritura es en definitiva invento mío.
NaCl-U-2
Remo.
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