12 julio 2006

El récord de Guinness.

La fiesta estaba en su punto, varias botellas de sotol de la sierra se habían vaciado con suma alegría y rapidez.

Los invitados disfrutaban de lo lindo bailando al son de los ritmos norteños y aquello apenas se encontraba a la mitad del festejo, sin duda alguna era aquella una de las mejores bodas de las que se tenía memoria en San Buenaventura y que quedarían para siempre en la memoria del pueblo; en parte por lo fastuosa, en parte por las declaraciones de Don Alfredo…

En una de las mesas principales, el padre de la novia, Don Alfredo, se sentía tan esponjado como todo un pavo real: no era para menos, había echado la casa por la ventana con tal de darle a su única hija una boda magnífica, espléndida.

No paraba Don Alfredo de alabar las virtudes de su hija y de su yerno con los demás invitados, aseguraba que constituirían una bonita familia, bien avenida, respetada y querida en esa localidad.

Justo en el momento en que la banda terminó de tocar una tanda y las parejas de la pista se dirigían a sus asientos Don Alfredo con gran voz y alzando su vaso de sotol se dirigió a Don Elías, el padre del novio:

- ¡Oiga Don Elías!, ¿Me permite de ahora en adelante decirle compadre?

- Claro que sí Don Alfredo, de ahora en adelante usted y yo ya somos compadres.

- Le decía a usted Don Elías, digo compadre, que yo creo que a mí me deberían de dar un récord de Guinness.

- ¡A caray!, ¿Y eso porqué compadre?

- ¿Le parece poco?, ¡Soy el único de este pueblo que le ha visto y tocado las nalgas a todos los habitantes y no estoy hablando sólo de aquí de San Buenaventura, sino de todo el Municipio y sus alrededores!

Un silencio incómodo se impuso en el salón, Don Elías no supo que contestar y sólo la voz nerviosa de la novia se escuchó decir:

- ¡Ay, Papá!, ¡Qué vergüenza!, ¡Cállese usted por favor!

- ¡Qué tiene mi hijita!, ¡Qué tiene!, ¡No es más que la meritita verdad!, ¿O a poco no? –fanfarroneó Don Alfredo.

Don Elías ya más calmado y procurando conservar la cordura le dijo en voz baja a Don Alfredo:

- Oiga compadre, yo creo que esas pláticas no son propias en un momento ni en un lugar como este, hay personas que pueden sentirse agraviadas, mire usted a mi comadre, está toda asustada.

En efecto, Doña Alicia se encontraba al borde del colapso, ella que siempre había sido tan fina y tan educada en el trato, que siempre procuraba ser una dama distinguida del pueblo, aquellas torpes palabras de su esposo le habían caído como un balde de agua fría.

¿Qué diría la gente?,

¿Qué pensarían los invitados?,

¡Oh, qué terrible vergüenza pasaría el resto de su vida!

A Don Alfredo aquello no le hizo mella y prosiguió con su animada perorata:

- Ay, ay, ay... ¡No se haga el loco compadre!, ¿A poco a usted no le visto y tocado las nalgas?...

¡Acuérdese, acuérdese nomás!

- Esteee… bueno sí, compadrito pero eso fue en una sola ocasión y créame que no fue por gusto mío.

- ¡Pos hasta eso que sí, compadre!, ¡Pero el punto es que a mí me siguen debiendo un récord de Guinness!

El nuevo cura del pueblo que tenía menos de una semana en San Buenaventura y que observaba ya a Doña Alicia a punto de desmayarse intervino en la charla, temiendo que aquello derivara en violencia se dirigió a Don Alfredo con estas palabras:

- Pero hijo, ¿Porqué dices cosas tan absurdas?, vamos a ver, ¿Porqué crees merecer algo tan sin razón y por las causas tan descabelladas como las que mencionas?

- ¿Cómo que porqué padre?, ¡Pues porque nadie en este móndrigo Municipio tiene una farmacia como la mía, y mucho menos sabe inyectar como yo! –concluyó triunfal Don Alfredo.


NaCl-U-2


Remo.

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