24 enero 2006

Una vez di vergüenza ajena.

Año de 1995, salíamos a las 10:00 P.M. de la Universidad y me ofrecí a llevar a mi amiga Susana a su casa en mi viejo Mustang 77.

Mi pobre carro, ya daba lástima, tan quería que lo jubilara, que llegaba a “matarse” en los altos de los semáforos armándome tremendos “panchotes”, imaginen las escenas: Los autos de atrás haciendo sonar el claxon, una que otra mentada de madre y demás señas, gestos y gritos de taxistas y camioneros; hasta que sólo después de hablarle “bonito” a mi carro y prometerle que lo llevaría con un mecánico, conseguía que arrancara.

Pues ahí vamos Susana y yo por toda la Avenida Universidad rumbo al centro de la ciudad, justo en el cruce de las calles 11 y Aldama, que nos toca el semáforo en rojo, en eso, a nuestra mano derecha hace el alto un camionetón de miedo, sin medir consecuencias (Ya saben ustedes cuanto narcotraficante circula por esta ciudad de noche), volteo muy discretamente a ver quien es y le digo a Susy:

- ¡No manches, es el Gobernador!

En efecto, el Sr. Francisco Barrio Terrazas, iba saliendo de su despacho en el Palacio de Gobierno, voltea a vernos, nos saluda muy educadamente a través de su ventanilla y en eso cambia el semáforo a verde.

¿Qué creen ustedes que pasó?, pues nada que el maldito Mustang escogió ese solemne momento para hacer una de sus graciosadas, simplemente no quiso arrancar, se me “mató”, y por más lucha que le hacía con la llave para encender el motor al tiempo que pedaleaba la gasolina, el motor nada más seguía empeñado en hacerme quedar en ridículo y se declaró en huelga de hambre.

Pasaron cerca de dos minutos, que a mi me parecieron dos horas, yo estaba muerto de vergüenza por que el Gobernador no se movía ni un centímetro observando mis desesperadas maniobras, en el último momento alcancé a ver que el señor se iba a bajar de su troca para ayudarnos, y en ese segundo, como por encanto, el Mustango (Así le puse después, porque armaba cada tango…) arrancó.

No recuerdo si le hice una señal con mi mano derecha a Barrio, como diciéndole, gracias. (Prefiero pensar que si fui muy cortés), yo llevaba la cara guinda (No me puedo poner rojo porque soy moreno), y los cachetes me ardían de vergüenza, mientras que Susana no podía pronunciar palabra alguna (No crean que por la emoción de ver de cerca al Gober), sino porque estaba muerta de risa.

¡Qué tiempos aquéllos!, Cuándo en el estéreo de mi carro sólo había un casete de un grupo muy guarro que ni me acuerdo como se llamaba pero que contenía el último éxito del momento llamado: “Se están robando el marrano”.

¿Te acuerdas Susy?


NaCl-U-2


Remo.

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